Como decía esta misma semana en Barcelona el propio presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, las imágenes y los gestos en política importan, e importan mucho. Por eso, no era azarosa la siguiente parada de su agenda tras la reunión de la mesa de diálogo en Cataluña: Aragón. Junto al presidente regional, Javier Lambán, comparecieron juntos en la sede del Ejecutivo autonómico, en Zaragoza, para presentar la candidatura a los Juegos Olímpicos de invierno para 2030, proyecto que Aragón comparte con Cataluña, que organiza el Comité Olímpico Español (COE) y que deberá formalizarse en 2022. Y en esa declaración conjunta, Sánchez, que estaba acompañado del ministro de Cultura y Deporte, Miquel Iceta, y del propio presidente del COE, Alejandro Blanco, garantizó al mandatario regional que no habrá agravios entre las dos comunidades en el liderazgo de este proyecto común. Las dos estarán implicadas, subrayó, «en pie de igualdad». Es lo que Aragón quería oír y es lo que debe ser.

El presidente del Gobierno fue más lejos e incluso habló de que este proyecto, junto a la candidatura para el Mundial de fútbol de 2030 que también presenta España, esta vez junto a Portugal, debe ser una apuesta y un revulsivo de país imitando aquel año glorioso de 1992, con la Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos de verano de Barcelona. Como proyecto «ilusionante y esperanzador», Aragón no puede quedarse atrás y por supuesto no debe ser menos que Cataluña. La cordillera pirenaica es una de las pocas europeas que aún no han tenido Juegos y no tiene por qué estar por debajo del nivel de otras, ni Cataluña está por encima de Aragón.

Por eso es importante el trabajo a realizar a partir de ahora entre las dos comunidades junto al Gobierno de España y el COE. Más allá de los legítimos debates que se pueden abrir sobre la conveniencia y la oportunidad de enfrascarse en una candidatura de este tipo, puede ser una oportunidad para el desarrollo de Zaragoza y del Alto Aragón, siempre que se haga con cabeza, respeto medioambiental y criterios económicos justos y sostenibles. A su vez, y dado que la capital aragonesa debería ser la sede de la inauguración o la clausura de los Juegos (la otra sería Barcelona), es la salida perfecta para otro gran proyecto que el Ayuntamiento de Zaragoza tiene como prioritario y que ha frenado la pandemia: la reforma de La Romareda. Todo plan megalómano genera aplausos y críticas a partes iguales, pero si sigue adelante hay que aprovecharlo en busca de unas oportunidades que el territorio necesita.