La sexta ola del coronavirus está quedando atrás. Aunque aún harán falta algunos días para confirmar que el regreso a las aulas no tiene un efecto diseminador de la enfermedad, existe una confianza razonable en que no sea así. Ya llevamos varios días, tanto en el conjunto de España como en Aragón, por debajo del significativo umbral de los 100 casos por 100.000 habitantes en 14 días, y con una tendencia a la baja que sigue manteniéndose. La clave está en el éxito de la campaña de vacunación, que roza ya el 86% de la población mayor de 12 años en Aragón.

Es el momento de reconocer, de nuevo, el valor del esfuerzo del personal sanitario. Médicos, enfermeros, auxiliares y cuidadores de los hospitales, y en particular de las uci y de las residencias de ancianos, se han enfrentado a situaciones de extrema tensión profesional y emocional. Pero no menos importante, en el hecho de que la enfermedad esté entrando en una fase de control, ha sido el trabajo del personal de la asistencia primaria.

El descenso del ritmo de vacunación está haciendo que un número todavía no determinado de vacunas pueda acabar malográndose no por falta de dosis sino de pacientes dispuestos a recibirlas. Se plantea el reto de seguir detectando y animando a las personas más desconectadas de los recursos de la asistencia social y sanitaria, o más reticentes.

A pesar del ruido generado por el movimiento antivacunas, afortunadamente este tiene en España menos implantación y menos predicamento que en otros países europeos que han acabado optando por medidas extremas como exigir la vacunación para ejercer cualquier tipo de trabajo asalariado o autónomo como Italia, o el acceso a numerosas actividades como Francia o Alemania.

Aún hay recorrido para que funcione el convencimiento de la bondad de las vacunas entre las personas más bien renuentes que abiertamente cerradas a cualquier evidencia científica. Porque los argumentos son contundentes y no es ocioso repetirlos una y otra vez. Ha sido un hito científico que en tan poco tiempo se haya dispuesto de vacunas altamente eficaces, y con el desarrollo de técnicas que abren vías esperanzadoras ante otras enfermedades. Lo excepcional del reto ha hecho que hayan sido lanzadas al mercado en menos tiempo que nunca pero con una base de participantes en las fases experimentales incomparable con cualquier ensayo farmacológico anterior. Son indiscutibles los efectos que ha tenido la inoculación en el descenso de casos graves y de mortalidad. Son más los motivos para celebrar un éxito de la ciencia y del sistema sanitario.