Es fácil de entender: haz tu vida y deja que los demás hagan la suya, vivan la suya, disfruten de la suya. Pues hay gente que no lo entiende. Todavía peor, no lo quiere entender. Siempre me pregunto de dónde viene esa resistencia a aceptar un hecho evidente, que es la existencia de la violencia de género que sigue matando una a una, pero de manera constante. Me sigo preguntando por qué a estas alturas siguen tantos techos de cristal para las mujeres, tanta discriminación salarial.

Evidentemente desde el análisis antropológico, histórico, y a veces con la ayuda del psicoanálisis, encontraríamos respuestas que nos proporcionarían explicaciones de las convicciones misóginas de las derechas. Igualmente hay que hacer un esfuerzo para entender la homofobia de todos los reaccionarios del mundo. Cuesta entender la abstención del PP y los derechos de familias LGTBI en la Unión Europea. (¡Ay Maroto, que tonelada de contradicciones tienes en la cabeza!, tantas que no te dejan pensar racionalmente).

Por qué esa obsesión contra la diversidad en las identidades de género, por qué ese odio que llega hasta la agresión y a veces a la agresión mortal. Los de la pureza de la raza aria incluían con los judíos, los gitanos y los rojos, a los homosexuales. Y aquellas deleznables ideas perviven en el fanatismo de algunos. Y cuando se juntan el fanatismo y las pocas luces… peligro. Háganselo mirar. Vayan a un psiquiatra. Lo tendrá difícil, pero igual les ayuda. Adriano Prosperi (2018. FCE) publicó un ensayo titulado 'La semilla de la intolerancia. Judíos, herejes, salvajes: Granada 1492'. Después se unieron los rojos y los masones. Ya saben aquello de la conjura judeomasónica y la antiespaña que justificaba las concentraciones en la plaza de Oriente. La intolerancia campea a sus anchas. La intolerancia es la que se hace intolerable en una sociedad democrática.