Iñigo Errejón ha escrito un libro. Se titula 'Con todo'. En la entrevista de presentación me ha llamado la atención una frase: «Durante mucho tiempo hemos comprado la idea de que para la derecha queda la libertad y para la izquierda la igualdad». Me viene al hilo para ilustrar el tema que me preocupa esta semana: el de la reciente manifestación de neonazis en Chueca, llamando sidosos a los homosexuales (madre mía, qué cosa más antigua) y coreando lemas como «Fuera maricas de nuestros barrios». A pelo, sin complejos y a cara descubierta.

El análisis de Errejón cuadra con esta idea caduca del reparto de papeles, de la libertad y la igualdad, y también de cómo ve la extrema derecha la libertad. Libertad no es vomitar odio, insultos y mentiras contra colectivos que no son blancos, cristianos y heterosexuales. Libertad no es hacer saltar por los aires esas normas no escritas por las que los partidos políticos de derechas y de izquierdas han mantenido fuera del debate cuestiones tan brutales como el odio al diferente, la estigmatización del colectivo LGTBI y la violencia de género. Libertad no es ser políticamente incorrectos porque en el fondo es lo que piensa la gente, y no miro a ninguna líder política madrileña de derechas. Libertad, de verdad, no es eso.

Porque ahora, con el uso de esa libertad desaforada, sin complejos y mal entendida, los límites de la decencia en política han saltado por los aires. Sí, de la decencia, ese concepto tan antiguo pero tan indispensable para la convivencia. Los neonazis son una excrecencia, un tumor en el panorama político. Pero en los bordes, en los lindes, entre ellos y partidos más normalizados, también hay mucho peligro. Ojo con eso.