Acaban de cumplirse 20 años del atentado de las Torres Gemelas y Afganistán vuelve a estar en manos de los talibanes. Las primaveras árabes terminaron y Libia es desde hace años un estado fallido. China ha despertado y sacude el mundo, como anticipó Napoleón. Rusia se contempla con placer en espejos escogidos como el de Bielorrusia, y se siente cada vez más fuerte. AUKUS, esa versión posmoderna de la Liga Santa, agrupa militarmente a Australia, Reino Unido y EEUU, abraza geográficamente el planeta y cabrea a Europa, con Francia a la cabeza. Turquía contiene y no contiene la amenaza migratoria que acecha a Europa, mientras Europa controla y no controla los servicios de 'El turco', en el 450 aniversario de la Batalla de Lepanto. La ONU es puesta en cuestión día sí y día también, y no solo por su inoperancia, también por graves acusaciones de corrupción. El inmenso potencial de América Latina fluctúa entre peligrosos oficiantes de un realismo mágico nada literario. Los polos se derriten y el nivel de las aguas saladas sube, mientras escasean las dulces y se multiplican las catástrofes naturales...

Y en medio de todo esto, Europa es una excepción tan digna como imperfecta, que lleva camino de convertirse en el parque temático del pasado. Europa es el vestigio viviente de la historia más reciente de la civilización: la Edad Media, el Renacimiento y la Ilustración están todavía presentes en las calles de sus ciudades y pueblos. La historia es palpable aún, habitable incluso, no se reduce a las ruinas que ilustran antigüedades más lejanas, como el antiguo Egipto o la Grecia clásica.

Europa es también una construcción tenaz que surge del desastre de la II Guerra Mundial y se obstina en salvaguardar las esencias de la democracia moderna: el estado de derecho, el respeto a los derechos humanos, la división de poderes, la seguridad jurídica, la protección social, la corrección virtuosa del salvaje mercado, la igualdad de oportunidades, la meritocracia... Se podrá decir que las democracias europeas son mejorables, que las diferencias entre los distintos países son enormes y que entre los socios hay elementos perturbadores, como Hungría o Polonia. Se podrá decir también que la maquinaria institucional europea es compleja, torpe, lenta, farragosa o ineficaz. Pero si comparamos Europa con muchas otras regiones del planeta, con la mayoría del planeta, todos los peros palidecen al instante.

Simplificando mucho, puede decirse que la historia de la humanidad es una sucesión de profecías apocalípticas. A finales de los ochenta, Francis Fukuyama pronosticó «el fin de la historia», a raíz de la disolución de la URSS. El augurio no era nuevo, Nietzsche ya había hablado cien años antes de la «muerte de Dios».

La cuestión ahora es: ¿Europa es la imagen borrosa del pasado o Europa representa el borrador del futuro? El mundo es competitivo, lo es todo el tiempo y en todos los ámbitos. Para competir hay que buscar ventajas, y la clave de nuestro tiempo es determinar qué es una ventaja y qué es un lastre.

El respeto a la democracia y sus reglas, la importancia estratégica de la educación y la cultura, el sentido crítico de los ciudadanos... todo eso que hasta hace poco eran incuestionables ventajas para los ciudadanos y para sus países, todo eso que constituía el ideal de civilización se está convirtiendo en una clara desventaja cuando de lo que se trata es de competir por la posesión de las materias primas, por el dominio de los mercados, por el poder absoluto sobre los ciudadanos a través del control de los big data y por la supremacía global en materia económica, política y cultural.

Pragmatismo

El pragmatismo triunfa sobre los principios, y las ventajas de las tiranías blandas son evidentes cuando de lo que se trata es de explotar los recursos naturales del subsuelo afgano o las increíbles oportunidades del continente africano. Que a una potencia le importen un bledo la democracia y los derechos humanos la hace altamente competitiva a la hora de hacer negocios con talibanes, genocidas, terroristas, iluminados y corruptos de toda índole.

Occidente ha intentado llevar sus ideales allí donde no arraigan y ha fracasado. Otros menos escrupulosos negociarán con esos mundos donde la democracia no florece y obtendrán grandes beneficios económicos y pactos de no agresión de los opresores de todo pelaje, que allí encuentran refugio.

Una vez más, la historia de la humanidad se encuentra en un punto de inflexión de complejas características. Europa debe elegir entre tres opciones: mantenerse firme en su modelo de futuro, devenir en un parque temático del pasado o ceder al pragmático encanto de la tiranía.