Una de las cosas más curiosas que le vi hacer a Joaquín Carbonell fueron sus entrevistas en prensa escrita. Escribía una diaria, a un personaje de actualidad. Lo citaba en la redacción de este periódico, lo recibía de excelente humor, le enseñaba brevemente la sala y, tras una amena conversación, sembrada de anécdotas y juegos de palabras y destinada a relajar a su invitado, lo sentaba a su mesa.

No le invitaba a hacerlo enfrente, sino al lado suyo —pegado a la tonelada de papeles que siempre tenía, junto con novelas y discos—, para que el entrevistado pudiera ver cómo escribía sus respuestas y, si así lo quería, leerlas. Ya dispuestos, Carbonell formulaba su primera pregunta mientras la escribía en la pantalla y, acto seguido, en cuanto su invitado empezaba a contestarle, iba tecleando textualmente su respuesta. De ese particularísimo modo de entrevistar, tan original que no conozco precedentes, tampoco sé que por el momento haya inspirado sucesores. Cuando el protagonista salía con el fotógrafo para tomar la imagen que ilustraría la interviú, Joaquín la titulaba, hacía una entradilla, repasaba el texto, lo enviaba a la imprenta y se venía a mi mesa para echar un párrafo sobre la actualidad o cualquier aventura en la que nos halláramos metidos.

Joaquín Carbonell

Carbonell era un escritor. Pensaba como tal, redactaba como tal, como tal buceaba en las almas que más a mano tenía y en aquellas otras, como los espíritus de Federico García Lorca o Carlos Gardel, con los que había establecido una comunicación especial a través de la poesía y de la música. En la confianza que nos unía me pasó el original de alguna de sus novelas para que lo corrigiera o le diera algún consejo que, en realidad, no necesitaba para nada porque su mundo tenía una definición propia. Como todo lo que hacía, era creación suya, cerrada y abierta a la vez.

Como fabulador de ficciones con base real, y con prosa poética, Joaquín tocó muchos temas, el humor, el amor, la política… Le atraía, sobre todo, el talento artístico, un tesoro que él poseía y conocía, pudiendo, por tanto, cotejarlo con los de los demás, para ayudarnos a sus lectores a entender mejor a otros artistas tocados por la gracia.

Un aragonés inolvidable.