El problema de la avaricia no es que rompa el saco sino que suele dar por él. Lo describía con sabiduría el bueno de Yoda: «los apegos llevan a los celos, la sombra de la avaricia eso es. Entrénate para dejar ir todo lo que temes perder». La acumulación es una perversión de nuestro instinto natural por la supervivencia. Los animales no son avariciosos. Toman lo que necesitan del medio. Pero no lo atesoran. Las hormigas planifican y la cigarra es víctima del falso mito de su holgazanería. En cambio, los humanos nos hemos transformado en neveras obsesionadas con la conservación de todo lo que cae en nuestras redes. Lo que no deja de ser una proyección lógica de la valoración que hace la sociedad sobre nuestra identidad, según lo abultada que sea la mochila que portamos. Lo importante es lo que aparente, no lo que contenga.

La avaricia es peor que la codicia. Un avaricioso quiere retener, para sí, todo lo que consigue. Un codicioso quiere tener cada vez más, aunque gaste o invierta parte de lo que tenga. Por eso, la Iglesia católica, como empresa experta en beneficios terrenales, calificó de «pecado capital» la avaricia y no la codicia. Vamos, que el fin justifica los medios. La acumulación desordenada de deseos lleva a la avaricia. Si somos más ordenados, tendemos a la codicia.

Nos reímos de los avariciosos al mismo tiempo que los envidiamos. En mi niñez triunfaba el Tío Gilito del Pato Donald. Hoy me hace gracia el señor Burns de Los Simpson. La venganza de los celosos del dinero ajeno consiste en burlarse de los avariciosos, para que sufran más que nosotros, por no tener tanto como ellos.

Las empresas avariciosas retienen el talento dificultando el crecimiento profesional. Encuentran más atractivos a los trabajadores con la mochila casi vacía, que son más fáciles de despedir. De ellos será el Reino del Trabajo. Y no siempre te va a despedir George Clooney, al estilo Up in the air (2009). Otras veces son los trabajadores los que ejercen de avaros de sus tareas para evitar que otros les hagan prescindibles.

En la avaricia hay clases. Los pobres sufren el llamado síndrome de Diógenes, con el que se aíslan rebosando la inmundicia que retienen. Los ricos son avaros y, en el peor de los casos, unos tacaños. En las empresas la avaricia es un error de logística que produce pérdidas. La avaricia psicológica existe y tiene sus riesgos. Son personas que se guardan para sí, sus propias vivencias y las de los demás. Manifiestan malestar, si es un comportamiento consentido. Pero también sufren erupciones del comportamiento, tan descontroladas como las del volcán en La Palma. La lava, en forma de ansiedad, arrasa las áreas más sensatas de la personalidad.

Hay quien llega a la ebullición, a fuego lento, mientras la presión de la olla exprés de su cerebro eleva su temperatura. Y están los que estallan como palomitas de maíz en el microondas de la vida. Es el caso de quienes se preocupan por todo y por todos, menos por su propia persona. Los cuidadores necesitan un apoyo psicológico adecuado para fortalecer tanta y tan interesada atención, que se basa en el cariño.

La avaricia de los estados es terrible. Mientras la ONU se reúne en asamblea llegan, desde los Estados Unidos, escenas actualizadas de la captura de esclavos del siglo del KKK a la caza del inmigrante haitiano en la frontera con México. Abascal se ve igual, a lomos de una jaca jerezana junto a la valla de Ceuta, jaleado por los nazis que desfilaron por el barrio de Chueca en Madrid. Las imágenes rememoran algunas de las mejores escenas de El planeta de los Simios (1968). Los monos, a lomos de sus caballos, cazando humanos. Estamos muy cerca de ver, junto a la costa atlántica, las ruinas con la mano desmembrada de la Estatua de la Libertad.

En España la erupción política se suma a la vulcanológica. Aunque no se sabe cuál tiene más misterio. La detención en catalán de Puigdemont llega, casualmente, cuando avanza a velocidad de lava, el diálogo en Cataluña. Una pregunta tonta. Si Cerdeña y Bruselas pertenecen a la Unión Europea ¿qué impide una detención en un lugar y no en otro? Igual en esta isla italiana son sardomasoquistas.

En Aragón a lo nuestro. Aunque a veces lo propio esté más pendiente de otros. Si en Barcelona no quieren más aeropuerto, aquí sí. Por cierto el de Teruel está a punto de integrarse en Dinópolis.

Lo que ya se percibe es ruido de las cañas con ambiente «no festivo» en los bares. Si es que en esta tierra somos abariciosos y ambariciosos.