En el bestiario político iberoamericano acaba de descubrirse una nueve especie. Se llama Nayib Bukele, es presidente de El Salvador y se define a sí mismo como «el dictador más guay». En el poder desde el verano de 2019, Bukele había comenzado bien su mandato declarando la guerra a las maras que controlan barrios enteros de San Salvador. Para combatirlas, reforzó el Ejército y consiguió encarcelar a algunos de los dirigentes de esas mafiosas pandillas dedicadas el tráfico de drogas y seres humanos. Pero no se frenó ahí. Habiéndose, al parecer, aficionado a las operaciones militares, Bukele utilizó también su infantería para entrar al Congreso de los Diputados y forzar a sus señorías a aprobar una serie de medidas que consideraba inaplazables. Entre ellas, la muy insólita de declarar el bitcoin nueva moneda oficial del país.

Tras aprender a operar con la criptomoneda, funcionarios y ministros del Gobierno empezaron a presentar cuentas oficiales que despertaron las sospechas de los jueces. Habiendo incoado la magistratura varias investigaciones por supuestas prevaricaciones, Bukele no encontró mejor manera de pararlas que destituir por decreto a los jueces de la Sala Constitucional y al fiscal general de El Salvador.

Esta y otras medidas, tomadas al margen de la Cámara de representantes, han provocado el malestar social y la presencia en las calles de miles de manifestantes opuestos a lo que consideran «un régimen dictatorial». No solo ellos. Asimismo la encargada de Negocios de Estados Unidos, Geal Manes, ha calificado a Bukele como «un nuevo Chávez» bajo deriva autocrática. El propio presidente acaba de contestar a unos y a la otra. Él es, en efecto, un autócrata, el dictador de El Salvador, «pero el más cool».

¿Estará Bukele en su juicio o el poder lo ha vuelto lunático, como a tantos otros bananeros próceres antes que él? Sus comportamientos y manifestaciones apuntan a que sobreactúa, patina, delira e inclina su capacidad ejecutiva a imponer la fuerza. Cabría la esperanza de que su partido, llamado, eufemísticamente, Nuevas Ideas, corrigiese su rumbo, pero, oponiéndose al aborto, a la eutanasia y el matrimonio homosexual no parece posible esperar de su tutela una política correctora o progresista.

Pobre país…