Entre las muchas cuestiones que me llaman la atención quisiera detenerme hoy en cierta fijación observable respecto a la estadística de lectores. Ustedes, como yo, saben que cíclicamente se celebra o lamenta, según proceda, el aumento o descenso del número de libros vendidos y, por tanto, de potenciales lecturas y lectores. Como yo habrán oído que la pandemia ha sido bendición o aliciente, también esto depende del intérprete, para el mundo editorial. Así, según el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España, el porcentaje de lectores en 2020 alcanzó un 68,8% de la población. Y no solo eso, también aumentó de forma considerable el número de horas de lectura semanales (7 horas y 25 minutos), el número de lectores frecuentes y la compra de libros, siendo récord histórico de lectura por ocio el alcanzado durante los meses de confinamiento, con una media de 8 horas y 25 minutos semanales. Entiendo que para los responsables políticos del ramo el cómputo de todo ello es asunto relevante, como por supuesto también lo es para editores, libreros, autores… y es que la industria del libro no deja de ser un importante sector económico. Menos comprensible me resulta el hecho de que se celebre sin más el número, como si la cantidad fuera por sí misma suficiente para darnos idea de que así la cultura aumenta en nuestro país, como si careciera de importancia lo que se lee, como si fueran indiferentes los contenidos cuando es eso lo que, en mi opinión, más habría de tenerse en cuenta aunque sin despreciar el porcentaje. Soy consciente de que nada hay de anómalo en dicho empeño por las cifras. Vivir como vivimos bajo la tiranía de los datos tiene sus pros y sus contras. Uno de los contras –siempre a mi juicio, claro está– es la tendencia a la superficialización (perdónenme la palabreja, que no existe en el diccionario de la RAE pero que les propongo aquí como la opción más ajustada) que lo inunda todo. Da igual lo que se lea, lo importante es saber cuánto; a quién le importa lo que se ve en el cine, con tal de que se multiplique el número de usuarios de las salas… que se exhiban películas que son un canto a la violencia o al mal gusto no es de interés. Puede haber quien atribuya a mi incapacidad de comprender y avalar tal entrega a los números una visión un tanto exquisita por lo alejada de la realidad; sin embargo, de lo que se trata es de devolver a lo sustantivo el lugar que, a mi parecer, merece sobre todo porque es bastante evidente que habrá lecturas, películas… que hagan más mal que bien y es que ni siquiera el del ocio es un tiempo irrelevante, todo, incluido ese tiene remarcables consecuencias personales y sociales. Preferiría que a los citados análisis estadísticos se acompañara, y no con letra pequeña, un esfuerzo semejante por conocer y dar a conocer qué se lee, qué se escucha y qué se ve. Sería, creo, una forma de conocernos mejor y valorar de manera menos autocomplaciente nuestras elecciones. Por otra parte, no puedo dejar de lado las siempre agudas enseñanzas de Nietzsche quien al respecto ya en su momento tenía muy claro que «nadie puede escuchar en las cosas, incluidos los libros, más de lo que ya sabe. Se carece de oídos para escuchar aquello a lo que no se tiene acceso desde la vivencia».