Vivimos unos tiempos en los que todo funciona a golpe de noticia, titular, retuit, reacción al titular, reacción de la reacción, click, me gusta. Y todo esto en un brevísimo lapso de tiempo. Además, es muy difícil salir de esa dinámica porque, tal y como están las cosas, siempre será mejor pedir perdón que dudar y eso es un problemón. El caso, más que llamativo, de la falsa agresión homófoba, es un buen ejemplo de todo esto. Hay que reconocer que si una persona aparece con la palabra maricón grabada a navaja en el culo y dice que ha sido agredido, lo normal y lógico es creerle, y más con un asesinado hace pocos meses. Las condenas, los carteles, las ruedas de prensa y las convocatorias en repulsa de la agresión no se hicieron esperar. Tanto es así, que la supuesta agresión se produce un domingo por la mañana y cuando se destapó el fraude (mintió para conservar a su nueva pareja), ya estaba toda la bola en marcha. Concentraciones de repulsa convocadas, declaración de condena del ministro Marlaska e incluso la convocatoria de urgencia de la comisión contra los delitos de odio por parte del presidente. En fin, una ida de olla, que por otro lado es perfectamente comprensible dada la inmediatez irreflexiva en la que vivimos. Afortunadamente, en este caso no ha habido damnificados, nadie ha sido detenido. En la feria de Málaga de 2014 una chica tuvo sexo en grupo consentido con varios chicos, luego se arrepintió y los denunció por violación. La bola fue parecida a la de ahora, solo que en esta ocasión varios chavales pasaron 72 horas en el calabozo acusados de violación. Afortunadamente la supuesta víctima reconoció la verdad y se deshizo el entuerto. La broma le ha costado una condena de 10 meses de cárcel que, como es lógico, no cumplió. Este tipo de situaciones (por fortuna, no muy habituales) deben hacernos reflexionar sobre las sobrerreacciones y respuestas automáticas, incluso sobre eslóganes como el «yo sí te creo», o sobre las críticas a policías o fiscales porque son muy incisivos con la víctima. Tienen que serlo. La obligación de policías y fiscales es precisamente poner en duda lo que digan tanto las víctimas como los acusados, porque las motivaciones humanas son muy variadas y como hemos visto, la realidad supera a la ficción. Por algo se inventó la presunción de inocencia.