Hace años, en un reportaje sobre sus viajes por Teruel en la campaña electoral, Ignacio Urquizu, actual alcalde de Alcañiz y diputado autonómico aragonés, bromeaba diciendo que si él escribía una versión de Fuego y cenizas, el libro donde el académico y escritor Michael Ignatieff cuenta su paso por la política canadiense, la titularía Ternasco y longanizas. El libro que acaba de publicar, Otra política es posible (Debate) tiene algo de eso, pero se ha reservado el título para otra ocasión.

Aunque toma de Ignatieff la idea del «derecho a ser escuchado», el libro de Urquizu no es, como el del biógrafo de Berlín, la crónica de un fracaso. Urquizu, que es sociólogo, tiene una vocación política más fuerte; mezcla un diagnóstico realista con una disposición al aprendizaje y una perspectiva levemente optimista. En el libro habla de la combinación y a veces contradicción entre el conocimiento académico y la política real, y también de lo que ha aprendido en la gestión local. Uno de los temas es lo que se puede llevar de la política municipal y regional a la nacional o federal. Urquizu, un socialdemócrata que defendió la abstención del PSOE que permitiera gobernar al PP para salir de la parálisis, cuenta esa crisis de su partido. Es difícil no ver la paradoja de que ahora pida apoyos en aras del sentido de Estado quien construyó su posición política con el No es no. Urquizu aborda muchos temas de la política actual –de las coaliciones a la polarización o la España despoblada– y alerta del riesgo de obsesionarse con la demoscopia: impone miradas a corto plazo. Señala que no es raro que la opinión pública se manipule o que leamos en ella lo que queremos leer. La mentira quizá sea un problema en política, pero no es una novedad, y la otra parte de ese problema, que a veces nos cuesta más mirar, es que a nadie le gusta que le digan una verdad desagradable. Critica el funcionamiento interno de los partidos, señala los peligros de la política de bloques y advierte de consecuencias no deseadas. Por ejemplo, la idea de que los diputados autonómicos deban fichar unos días a la semana para cobrar su sueldo completo: como si el diputado solo trabajara en su despacho del parlamento, o como si todos vivieran en Zaragoza. Defiende la idea renoiriana de que hay muchas razones. Es fácil coincidir con muchos de sus diagnósticos y su deseo de una política más razonable y menos demagógica. Dice que está particularmente feliz de haber sido elegido alcalde: es la elección más difícil, porque los que te votan en tu pueblo te conocen de toda la vida.