Casi siempre que viajo a Calatayud tengo la impresión de encontrarme en Tierra Santa. ¿Será sugestión mía? No lo sé, pero sí que entre ambos paisajes —o entre el Alto Jordán y la Sierra de Armantes—, concurre más de un notable parecido.

Hace años, cuando tuve ocasión de asombrarme ante las fotografías de José Verón Gormaz, vi acrecentada esa sensación. Esas imágenes suyas (en blanco y negro o en colores diluidos como por el paso del tiempo), de los antiguos barrios árabe y judío de Calatayud, o de su castillo, hablaban de lo que allí sucedió siglos atrás, de la convivencia entre religiones y pueblos, de símbolos y claves arcaicas, de auras mágicas, profanas y sagradas a la vez, de inflamadas oratorias y flamígeras guerras…

Pero ahora, o mañana, cuando regrese a Calatayud, ya no podré disfrutar de la presencia y compañía, de la conversación y amistad de Pepe Verón porque nos ha dejado huérfanos de poesía y belleza. No de su memoria, que será permanente. Su extraordinaria bondad descendía de una cultura milenaria, de aquella remota pero civilizadora pátina que desde la vieja Bilbilis viajó a Roma en el caballo de Marcial. También respiró Verón los aromas del Renacimiento, de la poesía amorosa, Garcilaso, Boscán, hasta encontrarse con ese siglo XX más duro que le tocó vivir en forma de posguerra y dictadura, para finalmente disfrutar de la libertad. De la cual hizo siempre un uso generoso, como si, manando de él, de los estratos de su sabiduría, desde el yacimiento de su noble corazón, su uso compartido fuese más fácil y equilibrado en presencia suya.

Atrás quedan nuestras conversaciones sobre historia y arte. Sobre literatura, por supuesto, de la que tanto sabía, y sobre Aragón, su territorio vital, que tan profundamente conocía y profusamente visitó cámara en ristre, la pluma y el cuaderno de notas siempre alertas al menor pensamiento o impresión sensorial. Escribía a mano, del mismo modo que artesanalmente trabajó la imagen fotográfica y a pulso se formó en las lecturas y disciplinas que ilusionaron su vida y tornó apasionantes para los demás. Su legado, sus versos, sus fotos, sus libros, sus catálogos, sus pensamientos, sus magistrales charlas nos acompañarán siempre. Más que en el recuerdo, en el camino.