Si en España el modelo de político a imitar –o a promocionar– era fruto de un laboratorio de márketing, el país alemán se sujetaba sobre un liderazgo de los de antes. De los que se extrañan. Honestidad con el adversario, prudencia desde el liderazgo, inteligencia en los tiempos y el compromiso por hacer más Europa. Una democristiana llamada Angela Merkel que bebía de las fuentes de los padres de la Unión. La esencia de una derecha comprometida con las raíces del continente. Y dando sorpresas en ocasiones.

Angela Merkel ha sido capaz de entender a la corriente feminista con el tiempo y desde la propia práctica, salió en defensa de acoger refugiados cuando otros países levantaban muros o impuso con convicción un cordón sanitario a los extremos totalitarios. Los valores que le han situado en el absoluto liderazgo y casi toda España lo aplaudía. Según la última encuesta del 'think tank' Pew, la aprobación por la canciller alemana alcanzaba el 86% entre los españoles. Angela Merkel era la líder que todo español quería para su país. Su ejemplo dista de la realidad de la derecha española. O siendo extensivo, del clima que se respira en la política nacional.

El CIS confirma que la desconfianza respecto a los dirigentes públicos es una de las principales preocupaciones. Cada día se desata una nueva bronca, un nuevo marco de desconfianza… u otra polémica artificial que alimenta el populismo extremista de Vox o la extrema izquierda con sus aderezos separatistas. Con ello la antipolítica se alimenta y el escenario iliberal se refugia en nuestro Parlamento. Sin un planteamiento de la derecha convencional, concretamente de Pablo Casado, por recuperar la mejor esencia del conservadurismo liberal, la sinrazón tendrá más cabida. En una España de Sánchez y sus pactos extremistas y nacionalistas, Casado no debe atrincherarse en la camisa de fuerza de Vox. Ni implosión, ni explosión. Hay una tercera vía que quiere la gran mayoría.