En los últimos años han surgido una serie de escritores y escritoras, muchos de ellos procedentes del ámbito tertuliano, que se han aficionado a escribir novelas históricas, lo que está muy bien pues no deja de ser un ejercicio de ficción a partir de la historia, en las que se dedican con notable entusiasmo a ensalzar las más viejas leyendas y las más rancias esencias patrioteras. Eso estaría bien si se limitaran a hacer literatura, pero la cosa cambia cuando se meten en camisa de once varas y comienzan a predicar y a pontificar sobre la historia de España cual si fueran expertos en la materia y doctores en la disciplina.

En general, no saben mucha historia, desconocen la exégesis de los relatos bíblicos que condicionaron algunas crónicas de la Alta Edad Media, nada entienden de hermenéutica y técnica de interpretación de textos, ignoran la paleografía y la diplomática, no tienen los instrumentos y recursos básicos del oficio de historiador, y se basan en media docena de lecturas, las más recientes de hace medio siglo, pero, pese a tantas carencias, no les importa lo más mínimo hacer el ridículo pontificando sobre la historia de España, del mundo o de lo que se tercie; e incluso, se sienten orgullosos de lo que hacen, presentándose como una especie de salvadores de la historia patria. No les importa que centenares de magníficos historiadores hayan trabajado décadas en escribir buena historia, se limitan a utilizar media docena de lugares comunes, ejercen de nuevos profetas del españolismo, caen en los errores del reduccionismo y del maximalismo, y a pesar de todo ello se sienten encantados de haberse conocido y creen son los portadores de la nueva verdad histórica absoluta.

Critican, sin el menor bagaje intelectual ni recurso alguno, la manipulación de la historia que llevan a cabo los pancatalanistas, por ejemplo, pero aplauden y participan de la burda, y si cabe tan grosera o más, manipulación pancastellanista del pasado hispano, confundiendo Hispania con España, nación con reino y leyenda con historia.

Se sienten muy a gusto en la práctica del presentismo, proyectando en el pasado de España, cuanto más remoto mejor su ideas políticas del presente como si se trata de unos asertos eternos e inalterables.

No aportan otra cosa que una visión monolítica y exclusivista de la historia, asumiendo como propias las hazañas de tiempos pasados; así, es frecuente que digan cosas como que «Nosotros los españoles, cuando llevamos la libertad a América..», y otras lindezas por el estilo.