Desde hace diez años vivimos en un mundo sin Félix Romeo. Muchos lo echamos de menos cada día y sentíamos que teníamos una relación especial con él. Lo más asombroso es que tenemos razón. Yo echo de menos a Félix porque era una especie de intensificador. Conocía a los escritores aragoneses más raros y a un cantautor francés nuevo y a un poeta disidente checo y una comedia americana mala y un restaurante indio nuevo en las Delicias. Contagiaba curiosidad y unía a personas de distintos países y edades. Le gustaba el talento en los demás y cuando detectaba un interés buscaba la forma de ayudar: el libro que deberías leer, el pintor que te interesaría. (A veces era cauteloso si creía que tenía demasiada influencia, y según Cristina Grande -su pareja muchos años- respetaba mucho que no le hicieras caso.) A veces no entendías la conexión, porque había visto algo que todavía no veías. Plot ha recuperado los cuatro libros que publicó en vida: una novela perequiana sobre una infancia en la Transición, Dibujos animados; una pieza posmoderna, alucinada y divertida como Discothèque; Amarillo, sobre el suicidio del escritor Chusé Izuel; Noche de los enamorados, que reconstruye el asesinato cometido por su compañero de celda (Félix estuvo encarcelado por insumisión). Son libros muy distintos sobre la libertad, donde las instituciones a menudo van contra el individuo (un niño, una mujer maltratada), sobre la culpa, sobre la reinvención. Xordica reedita los cuentos de Todos los besos del mundo. Discutía y después mandaba un correo a los compañeros de mesa: «No a Romeo», «Perdonad». Se acordaba de los cumpleaños. Era autodidacta. Evitaba la envidia. No conducía y le gustaba que le llevaran en coche sus amigos y sobre todo su novia, Lina Vila. Era un copiloto particular porque no distinguía la izquierda de la derecha. Era un crítico de verdad: sus reseñas no tenían florituras ni coqueterías, no le importaba poner mal al poderoso o al prestigioso. Cambiaba de opinión y era vehemente, pero siempre creyó en la importancia de la libertad y en la cultura y amistad como instrumentos de emancipación. No quería para los demás lo que no quería para él. Veía programas de cocina. Le gustaban los niños; discutía con ellos. Era un melancólico que huía de la melancolía. Creía en el amor: decía que por eso se llamaba Feliz Romeo. Vivía vorazmente. Este verano, se inauguró una biblioteca en su honor que debía sumergirse en el pantano de Lechago y flotaba. Dicen que se ha hundido, pero quizá reaparezca. Mariano Gistaín escribió que Félix Romeo camina sobre las aguas.