El día 27 de mayo publiqué mi segundo artículo relacionado con esta terrible pandemia. Entonces pensé que ya no volvería a escribir más del tema. Sin embargo, he modificado mi actitud al comprobar que las mentiras oficiales continúan, a pesar de que los mandamases políticos han decidido eliminar últimamente de la circulación mediática al médico que más nos ha mentido en este último año y medio (el portavoz del Ministerio de Sanidad). Es probable que muchas de las mentiras que nos han contado hayan tenido como objetivo no alarmar a la población más de lo que ya estaba. Lo que no es admisible es que muchas de esas mentiras hayan contribuido de manera vergonzosa a aumentar el número de infectados y de muertos, o a enriquecer algunos personajes sin escrúpulos éticos. Por motivos de espacio me voy a limitar a presentar unos breves ejemplos que considero representativos de los perniciosos efectos que han tenido esas mentiras.

Propagación descontrolada

Aunque resulta imposible conocer el número de personas infectadas y fallecidas que causó la autorización de la famosa manifestación feminista de marzo del pasado año, cuando el virus circulaba por medio mundo, no hay ninguna duda de que la celebración de ese evento multitudinario fue una de las mayores contribuciones que hizo este gobierno a la propagación descontrolada del virus. La segunda irresponsabilidad fue decir públicamente que era inútil el uso de los equipos de protección individual (incluyendo en ellos a las mascarillas). Curiosamente, no hay ningún responsable político encarcelado, a pesar de haber admitido posteriormente que el motivo de haber desaconsejado el uso de esos equipos protectores fue porque no disponían de los mismos. Tampoco se admitió, a pesar de las evidencias científicas aportadas por el investigador aragonés José Luis Jiménez (profesor de la Universidad de Colorado) y refrendadas entre otros organismos por el Instituto de Técnicas Aeroespaciales del Ministerio de Defensa, que la transmisión del virus se hace a través de los aerosoles, lo cual motivó que se cerraran miles de bares y cafeterías en lugar de haberles obligado a poner medidores de CO2 y máquinas de renovación y purificación del aire.

Asimismo, se nos dijo una y mil veces que las únicas pruebas diagnósticas fiables para saber si una persona estaba infectada eran los PCR. Sin embargo, un equipo de investigación, dirigido por los médicos zaragozanos Marcos Zuil y Pilar Martín, ha demostrado que un 25% de los resultados negativos en dichas pruebas es falso, lo cual ha motivado que miles de fallecidos por esa causa no hayan sido catalogados como tales, a pesar de la evidencia ofrecida por otras fuentes estadísticas rigurosas. ¿Se imaginan ustedes cuántas personas han estado paseándose libremente por el mundo, infectando a otras y causando la muerte de muchas de ellas por el mero hecho de haber admitido sin fundamento científico la absoluta fiabilidad de esa prueba diagnóstica?

Es archisabido que los responsables de algunos ministerios gastaron muchos millones en equipos de protección individual y en respiradores inservibles. Aunque todavía no hay pruebas penales que demuestren quiénes se enriquecieron con esas compras fraudulentas, está bastante claro que enriquecimiento ilícito hubo. Pero todavía resulta mucho más grave que, después de conocer la inutilidad de esos productos preventivos y terapéuticos, se acabaran revendiendo a otros países menos desarrollados. En otros casos los beneficios de esas mentiras no han caído en los bolsillos de los responsables políticos (al menos, de forma directa), sino en las grandes corporaciones farmacéuticas que han monopolizado las vacunas contra el covid. Se nos dijo que después de recibir la pauta completa de esas vacunas estábamos inmunizados durante varios años, a pesar de que era imposible saberlo de forma empírica. Sin embargo, ahora, sin que a nadie se le caiga la cara de vergüenza, tratan de convencernos de la necesidad de inyectarnos una tercera dosis en menos de un año.

La más bochornosa

De todas las mentiras, la más bochornosa (al menos, para mí) es que nos hayan engañado con el número de personas fallecidas por causa de este virus. No voy a cansar a los lectores presentando los datos procedentes de diversas fuentes que demuestran que las cifras ofrecidas por el Ministerio de Sanidad durante 1920 eran falsas. Solo me limitaré a mencionar que, a pesar de las críticas que le han llovido a ese ministerio desde bastantes organismos nacionales e internacionales, los últimos datos mostrados el pasado 21 de septiembre por el Sistema de Monitorización de la Mortalidad Diaria, que se nutre de los registros civiles informatizados del Ministerio de Justicia, demuestran que las muertes reales producidas por esta quinta ola son el doble de las aportadas por dicho ministerio, lo cual muestra que siguen mintiendo hasta el final de la pandemia.