Como señala Heinrich Kreft, en su estudio titulado 'Alemania, Europa y el auge de las nuevas potencias emergentes: los desafíos de un mundo multicéntrico', en los últimos años la globalización está modificando de forma paulatina pero inexorable el statu quo geopolítico y económico imperante desde el final de la II Guerra Mundial, desplazándose el centro de gravedad del Norte al Sur y de Occidente a Oriente. Es por ello que vivimos una época de cambios acelerados caracterizado por el ascenso de nuevas potencias emergentes y el relativo declive de Estados Unidos (EEUU), Europa y Japón y, en contraposición está surgiendo lo que ha dado en llamarse «un nuevo mundo multicéntrico».

La creciente implantación de este multicentrismo en el panorama internacional tiene varios perfiles: por un lado se habla de la «bipolaridad» entre EEUU y China, otros autores aluden al «siglo asiático» dado el auge de China e India, a los que habría que añadir, también, a Corea del Sur, Indonesia, Filipinas, Paquistán, Bangla-Desh o Vietnam, países estos últimos que resultan competitivos aunque ello se debe a sus muy bajos salarios y a sus penosas condiciones laborales y, sobre todo, se menciona cada vez más el creciente papel de los llamados «grandes países emergentes», los llamados BRICS.

BRICS

La denominación BRICS es el acrónimo con el que se hace referencia, por este orden, a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, los países emergentes de mayor pujanza económica y de creciente peso político en el panorama internacional ya que los referidos cinco países, suponen el 43% de la población mundial y el 20%, y subiendo, de la producción generada en nuestro planeta.

Pero entre los BRICS, además del creciente auge de Rusia, impulsada por los sueños imperiales de Vladimir Putin, merece una mención especial el caso de China, dado que el gigante asiático puede convertirse en pocos años en la mayor economía mundial de un Estado no democrático, superando de este modo al liderazgo de Occidente, esto es, del eje EEUU-Unión Europea (UE). El imparable crecimiento de China logrado en estas últimas décadas, es fruto de un modelo de desarrollo y modernización de éxito, basado en su inamovible sistema de gobierno dictatorial y en un capitalismo de rígido control estatal, un modelo que combina el comunismo político con el capitalismo económico y que, los hechos lo demuestran, no tiene entre sus prioridades la democratización y la participación política de su ciudadanía. En este contexto cada vez más multicéntrico, la situación de la actual UE, liderada de forma destacada por Alemania, se ha reconfigurado. Y es que resulta indudable que, al igual que le ocurre a los EEUU, a pesar de lo ocurrido con la reacción nacionalista durante los años del afortunadamente ya concluido mandato de Donald Trump (2016-2020), en el caso de Europa, y en concreto la UE, está perdiendo peso económico y político a nivel mundial, y de ello hay que ser consciente. Tal es así que, como indicaba el citado Heinrich Kreft, «entre las potencias en auge, Europa se percibe menos que nunca como modelo o socio fuerte sino como un continente ensimismado que va envejeciendo y perdiendo poder. Este hecho influye en socios tradicionales en África, América Latina y Asia Central, que se oriental cada vez más hacia China y otros países emergentes».

Gregor

Así las cosas, Europa debe recuperar «sin demora» su capacidad de actuación y, por ello, tiene importantes tareas pendientes, de forma especial en lo que respecta a la UE tales como proseguir su integración política, acabar con sus déficits democráticos, impulsar la unión monetaria que se debe complementar con la unión económica y fiscal, culminar el mercado interior y lograr un mercado laboral más uniforme. En cuanto a la política exterior de la UE, si quiere continuar desempeñando en el futuro un papel configurador en el futuro mundo multicéntrico, necesita una fuerte política exterior y de seguridad común (PESC), una política común de seguridad y de defensa (PCSD) y un fortalecimiento del Servicio Europeo de Acción Exterior. Solo de este modo, la UE será capaz de impulsar sus valores e ideales que, no lo olvidemos, siempre deben de ser el fomento de la democracia, el pluralismo, la buena gobernanza, el Estado de Derecho y el respeto permanente a los derechos humanos.

Orden estable

Es verdad que, en la actualidad, nadie es capaz de saber si surgirá en un futuro inmediato un nuevo orden estable a nivel mundial, ni tampoco cuándo aparecerá ni cuáles serán sus características. Tampoco se puede aseverar que los BRICS se conviertan en «un nuevo bloque coherente», puesto que siendo cierto que estos países emergentes contribuyen en su conjunto al declive del orden mundial surgido tras el final de la II Guerra Mundial y hasta ahora dominado por Occidente, por sus intereses contrapuestos no se hallan en situación, o tal vez no quieran participar de manera constructiva y coordinada, en la configuración del nuevo orden multicéntrico que se atisba en el horizonte.

Frente a estas incertidumbres, sería deseable, a la vez que necesario, el reactivar el papel de la UE, bandera y garante de la libertad, seguridad y bienestar y su extensión y consolidación sin limitaciones fronterizas de signo nacionalista. Por ello, la política exterior de la UE debería de integrar estos valores en su relación con las nuevas potencias emergentes, valores que deben prevalecer por encima de intereses económicos y mercantilistas a la hora de regir la política exterior de nuestra Europa comunitaria.