El 12 de octubre, aniversario de la llegada de Colón a las Indias, ha tenido a lo largo de la historia un significado polisémico, es decir, sujeto a interpretaciones distintas e incluso contradictorias, cuando no opuestas: Fiesta de la Raza, Día de la Hispanidad y Fiesta Nacional de España. Las dictaduras de Primo de Rivera y Franco intentaron explotar hasta la saciedad la versión reaccionaria del mito. En la II República se había instaurado el 14 de abril, fecha de su proclamación, como día de la fiesta nacional mientras el franquismo optó por el 18 de julio, el aniversario del golpe de Estado que le había encumbrado.

La España democrática, surgida de la Constitución de 1978, mantuvo una ambigüedad inicial con la efeméride: la izquierda defendió el 6 de diciembre, Día de la Constitución, mientras la derecha defendía el 12 de octubre, símbolo de una nación que rememoraba su herencia colonial. En 1987, se instauró el 12 de octubre como fiesta nacional, en una decisión del entonces Gobierno de Felipe González a la que no era ajena la proximidad del Quinto Centenario, presentado como un hito de la nueva democracia española, puente entre América Latina y Europa.

Hasta aquí el camino, no exento de contradicciones, que conduce hasta el 12 de Octubre que hoy celebramos. Si polisémico es su significado, polisémico es también el significado de la idea de nación. La fiesta nacional de España hay que enmarcarla en el artículo 2 de la Constitución que reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las regiones y de las nacionalidades, es decir, las naciones históricas que vertebran nuestro Estado compuesto.

La fiesta del 12 de Octubre, desde la óptica de la Constitución y de los tratados europeos, debería tener por lema la divisa de la no nata Constitución europea: «Unida en la diversidad». Sí, una Unión Europea que instaura también un marco de ciudadanías compartidas: toda persona que tiene la nacionalidad de un Estado miembro posee la ciudadanía de la Unión, que se añade a la nacional sin sustituirla. En el caso de España, estos dos niveles de ciudadanía se enriquecen con un tercero, el derivado del carácter autonómico. Ciudadanos de Aragón, de España y de Europa, en nuestro caso.

La fiesta del 12 de Octubre solo alcanza su auténtico significado si se inscribe en los valores constitucionales y europeos de referencia, lejos de la retórica patriotera que agitan aún tanto los nostálgicos del franquismo como los abanderados del nacionalpopulismo que cabalga de nuevo por Europa. La nación del siglo XXI, vertebrada en torno del código de derechos y deberes de ciudadanía, es plural por naturaleza y de vocación integradora. No debe regular sentimientos sino ofrecer un marco de convivencia que los respete a todos.

Las naciones, como resumió Ernest Renan en 1882, representan un pasado, pero se resumen en el presente por un hecho tangible: el consentimiento, es decir, el deseo claramente expresado de continuar la vida en común. Este es hoy, fiesta del 12 de Octubre, el reto de nuestros políticos: renovar el consentimiento que está en la base de esta nación de naciones que llamamos España.