Hay una España que insiste en tener un lobby político en el Congreso, o también llamado partido regionalista/nacionalista, y así existir y ser escuchado. Es el ansia por territorializarlo todo. Un cantonalismo desmedido que copia lo peor del nacionalismo y que provoca que el interés nacional diga basta. España no se puede permitir este egoprovincentrismo ni más nacionalismo periférico. Ni permitir el chantaje constante de Madrid por mantener el efecto capital intacto con argumentos centralistas propios de la España medieval.

Hay que salir de Madrid para ir a España. Y salir del provincialismo de boina para entender la pluralidad. Es una balanza complicada pero imprescindible en una nueva transición en favor del Estado autonómico. Hay fallos evidentes en nuestro sistema: la Conferencia de Presidentes sirve para una foto, el Senado está obsoleto y sin sentido, la financiación autonómica se encuentra enterrada en promesas y demandas eternas… Es evidente que la tensión territorial obliga a realizar cambios. Y estos deben hacerse desde la pluralidad del país y sin extremismos provinciales ni nacionalistas. De ahí que la descentralización del Estado con toda su amplia red administrativa e institucional sea una idea razonable e interesante.

No sería descabellado el Ministerio del Interior o Defensa, en Zaragoza, la NASA española, en Teruel o Huesca como centro de una dirección general de Cambio Climático. La España periférica es diferente al ombligo de Madrid y ofrece otra mirada de la pluralidad. Hay que adaptarse a la España real y debe ser el Estado quien dé ejemplo. O el propio Aragón. Lambán aplaude la descentralización del Estado para lograr equidad y crecimiento entre territorios: ¿y por qué no empezamos ya descentralizando Aragón? Poner fin a Zaragón para referirse a la gran urbe que lo arrastra todo y que deja en un segundo plano a Huesca o Teruel. Sería cundir con el ejemplo, ¿o no?