Que mala cara le estoy poniendo a este otoño. Peor que a otros. En realidad, es que de ellos solo me gusta el colorido de los bosques. Soy así de previsible. Es una estación desustanciada. Debe ser por el papel que le toca jugar en la traslación terrestre. Se encarga de sacarnos de la luminosidad y la alegría estival, casi siempre con fuerza bruta, para adentrarnos en los días cortos, los colores oscuros, la frialdad y las noches eternas. El aburrimiento, vamos. Yo siempre felicito los equinoccios y los solsticios. Me gusta y de paso acallo a los simples que piensan que los que nos movemos por estaciones es que nos ponemos de canto para no felicitar la navidad que, por cierto, es un periodo que me despierta ternura.

Este año, el equinoccio ha llegado muy cargante y me está agriando la existencia. Hay un runrún en el ambiente insoportable. Da igual estar en el supermercado, en el bar o en el autobús. Respiramos impertinencia, indolencia, egolatría, unos aires de superioridad y una falsedad que espantan. ¿No les parece que hay demasiada gente girada? Solo faltaban los congresos de los partidos. Hace unos días escuchaba a un ciudadano francés quejarse del ruido de la política en su país, y decía que ha optado por darle la espalda. Yo pensaba, pobre hombre si viviera en España, tendría que refugiarse en una cueva a 2.000 metros de altitud. A ver quién es capaz de resistir las operetas que estamos viviendo desde que empezó el curso político sin sufrir alteraciones neuronales.

Para hacer frente a una sesión de control al Gobierno hay que estar bien preparado y tirar de ansiolíticos si uno quiere sortear el ataque de nervios. Cuanta mala baba en las bancadas, cuántos insultos, cuantas patrañas, la mayoría muy graves, y cuánto cuajo tienen sus señorías (muchos, no todos) para defender unos argumentos, los contrarios, arrojarlos a sus oponentes y salir del hemiciclo sin perder la cara por las escaleras.

¿Y qué piensan del octubre congresual? Este fin de semana, el PSOE. El anterior, el PP. Películas de política ficción. Ayer veía el abrazo de Pedro Sánchez y Felipe González, y el discurso del expresidente, y sus muecas y silencios decían más que el músculo masetero del secretario general. Unidad. Todo por el partido. Qué orgullo. Hasta que lleguen los puñales. Que por falta de Brutos a la causa sanchista no será.

Idénticas escenas se vivieron en el de los populares, aunque se empeñen en sacar pecho. Ayuso y Almeida enterrando sus diferencias para arropar a un Casado arrobado con los piropos de Aznar. Orgullo y unidad, aunque cueste verbalizarla.

Suena todo falso, tan falso como el despiste del deán de la catedral de Toledo con el videoclip de C. Tangana y Nathy Peluso. 15.000 o 30.000 euros --según sea la versión de la iglesia o de la productora-- que son los que cobraron por permitir el uso del templo tuvieron la culpa de que nadie investigara quienes eran los protagonistas ni el título del tema, Ateo.

Aunque al final, como se suele decir , un burro puede fingir ser un caballo, pero tarde o temprano acabara por rebuznar.