Un diputado inglés, David Amess, del partido conservador, ha sido asesinado en un acto puramente democrático, cuando informaba a sus electores acerca de las gestiones realizadas en defensa de sus intereses. El crimen fue cometido en la iglesia metodista de Balfairs, en el condado de Essex, al este de Londres. Un hombre de 25 años, de nacionalidad británica, pero de origen somalí, llamado Ali Harbi Ali, entró en el recinto, apuñaló varias veces al diputado, hasta provocarle la muerte, y se entregó a la Policía sin emitir proclama alguna ni ofrecer resistencia. Los investigadores deberán establecer en los interrogatorios si el asesino actuó por motivos terroristas (según sospechan) o por algún otro impulso.

Además del asesinato en sí, tan horrible, me ha impresionado el hecho de que Amess cayera en «acto de servicio», por decirlo así, ejerciendo uno de los deberes y derechos primordiales de la representación pública, no otro sino la obligación de mantener un contacto estrecho y permanente con los representados. En la política inglesa es costumbre que los diputados, ya pertenezcan a uno u otro partido, convoquen reuniones periódicas, en sus demarcaciones o territorios, con electores o colectivos de sus respectivas circunscripciones, a quienes rinden cuentas o reciben ideas, comentarios, reproches o críticas. Un sano hábito que enriquece el intercambio, la vida democrática, y por igual al político y a sus votantes.

Al hilo de la muerte de Amess he intentado recordar si alguna vez un diputado español, aragonés, o un senador zaragozano me ha convocado a una reunión informativa para contarme, junto a otros ciudadanos igualmente interesados en la actividad de nuestras cámaras, qué gestiones, mociones, resoluciones parlamentarias o presupuestarias ha venido planteando, negociando, ejecutando en defensa de nuestros intereses; pero no he recordado ninguna.

Los parlamentarios españoles, contrariamente a los británicos, no acostumbran a reunirse con sus electores, a los que muchos se limitan a saludar cada cuatro años en las campañas electorales. Sería de desear una más frecuente relación entre casta y pueblo, pero ahora, con el peligro añadido de sufrir un atentado como el de Amess, la distancia entre el político y el ciudadano seguirá aumentando hasta el límite, me temo, de la incomunicación.