Pocas veces sale Tolva en los papeles. O al menos fuera de este rincón. Estas semanas nuestro pueblo ha despertado en algún titular de esos que se lleva la corriente de la premura en la que se ha convertido el periodismo del clickbait.

Me decía hace no tanto un convecino que de Ribagorza solo se habla en los medios cuando aparece un lobo, la caca del cerdo o los follones de la nieve. No va mal encaminado el rubio. Ahora tenemos nuevo temita. La energía. Renovables ellas. Acaparadoras de campos desiertos, nuevo maná del agricultor aburrido de la desnutrida PAC, falto de rentabilidad y azuzado encima por las estrecheces económicas de la covid. Oportunista al menos es esta revolución hacia lo verde que ha entrado ahora como cabezudo que encorre a Usain Bolt.

Pues Tolva se ha levantado contra una de las barbaridades de esta transformación del carbón al sol. Y no es nueva. La línea de alta tensión es un trazo que amenaza la tierra aragonesa, creadora de electricidad para los territorios de industria, Cataluña y País Vasco o, peor, de venta hacia esa Europa que así cobra sus ayudicas.

Los cables pasarían cerca y la gente anda mosqueada como hace años con otras redes similares. Lo malo es que esta es privada y viene precedida del mal cuerpo que han dejado la proliferación de centrales en Teruel, Jacetania, Alto Gállego o La Fueva.

Todos estos ejemplos, los generadores y los de transporte de energía mantienen una constante. No se tiene en cuenta al pueblo, en su doble sinónimo de gente y de municipio. La ley viene de fuera y la necesidad es innegociable. Usted no opine. Aguante. Pues no.

Las renovables deben imperar. En algún sitio debe calentar el sol la placa y, por ende, por algún lado debe pasar la línea. Otra cosa será las maneras y el lugar, sin respetar nada o escuchando al de aquí, gestionando su ubicación proporcional o más cerca de la urbe. Si se lance al destroce del medio o algo más progresivo y soterrado. Que si todo se hará a cambio de nada o dejará un crédito como rédito. Muchas preguntas que asustan al sentirse solo ante una maquinaria titánica.

Por eso el apoyo, al menos en Huesca, de las instituciones a las plataformas que llevan clamando hace tiempo es un alivio para los ciudadanos rurales que vuelven a sentirse como los pagadores de la fiesta de las capitales.

El clamor popular será más eficaz si es unitario y sirve para aquel que dicta no solo mire el beneficio y atienda a las demandas de los pequeñitos donde el agua ya se comió la casa del abuelo.