En su toma de posesión, el Justicia de Aragón, Ángel Dolado, dijo que sería «imparcial pero no neutro» en sus actuaciones. Cuando en los últimos días vemos en prensa (que todavía no en el BOE) los mercadeos que hacen los dos principales partidos políticos españoles de determinados altos puestos institucionales, sin sonrojo o discreción alguna (quizás esto al menos sea de agradecer), la interpretación de dicha frase alcanza un notorio significado. No seré yo el que engañe a nadie, o me engañe a mí mismo, queriendo presentar una pureza de independencia ideológica o política cuando se ocupan cargos en los que por sus funciones se debe ser imparcial, pues todos tenemos nuestras propias convicciones, creencias y formas de ver el mundo, y ellas sin duda afectan de una u otra forma en nuestro actuar; pero de ahí a que puestos como la defensoría del pueblo, los puestos de magistrados del Constitucional o de ese oscuro órgano que es el Tribunal de Cuentas sean cubiertos por designación manifiesta de personas con posicionamientos previos políticos concretos y directos, cuando no habiendo ocupado puestos políticos, hay un mundo. Aquel antiguo dicho de que «la mujer del César no solo debe serlo, sino también parecerlo», surgido de las relaciones de Publio Clodio Pulcro y la quizás más desconocida mujer de Julio César, la nieta del dictador Sila, Pompeya, puede hoy día tener su reflejo en estos nombramientos de altos cargos institucionales de órganos constitucionales, cuya función será, al margen de posiciones partidistas concretas, servir imparcialmente a todos los ciudadanos españoles. Debería ser objeto de reflexión de esos negociadores que sin pudor alguno no dudan en comunicarnos sus acuerdos y reparto de cargos a quienes marcan como sus afines… sin explicar a cambio o a costa de qué.

Serán imparciales pero no neutros, pero el hecho de que vayan a ocupar sus puestos desde una evidente posición partidista dudo que les haga parecer ante los ciudadanos de a pie «honrados», aunque seguro lo serán… por el bien de todos.