A tumba abierta. Autobiografía de un grifota es el título de una monografía no sé cuántas veces editada, firmada por un magnífico profesor de Antropología de la marginación del que tuve la suerte de aprender mucho, Oriol Romaní. Me he acordado de aquella autobiografía de un personaje, el Botas, pícaro, legionario tatuado, desertor, atracador ocasional, presidiario, prófugo vocacional, rebelde a toda autoridad… según explica la contraportada del libro. Un libro que llegó a best seller, lo que ya es raro cuando hablamos de investigaciones antropológicas o de Ciencias Sociales en general. Me he acordado de Oriol y del Botas cuando he leído la agresión que unos desgraciados perpetraron contra un señor, sin duda maltratado por la vida, que dormía cerca del Ebro y al que dejaron sin zapatos. Es la agresión gratuita, la humillación infame y la deshumanización de los violentos. Nadie debería dormir debajo de un puente, ni hombres ni mujeres. Ni jóvenes ni viejos. Es verdad que sin una vivienda digna está en juego la dignidad desde luego, pero también la salud y la vida. Los estudios que acompañaban la Estrategia Nacional Integral para Personas sin Hogar 2015-2020 establecían que la esperanza de vida de las personas sin hogar está entre los 42-45 años, unos 30 años menos que la población general. El «sinhogarismo» es un fenómeno social, político, estructural y también personal porque cada caso es diferente, cada biografía es única. Hay una gran variedad de causas que acaban con la persona en situación de exclusión, de «desafiliación» que diría Robert Castel. Porque efectivamente, no tener casa mata. Y más si a las desgracias de la vida se suma la actitud de unos desgraciados que sólo buscan hacer daño a los más vulnerables. Si esa conducta no es un delito de odio se le parece mucho. Y alguien debería de actuar, aunque fuera de oficio.
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