Tras la evacuación de Kabul, los norteamericanos piensan que por fin han salido de una región donde han enterrado muchas vidas y perdido mucho dinero sin saber muy bien qué buscaban. La retirada ha permitido a Biden concentrar su atención en Asia con tres importantes iniciativas casi simultáneas: AUKUS, QUAD e invitar a Seúl al club de Inteligencia Five Eyes. Desde el punto de vista de Washington, las cosas están claras.

Otros países directamente interesados en Afganistán como son Pakistán, Irán, China y Rusia tienen otra percepción. Coinciden en su satisfacción por lo que llaman «derrota» norteamericana, y al mismo tiempo están preocupados por la inestabilidad que previsiblemente se adueñará ahora del país donde resurge el Estado Islámico. Ninguno ha reconocido todavía al Gobierno talibán pero todos son partidarios de dialogar con él, han mantenido abiertas sus embajadas en Kabul y no es aventurado vislumbrar una futura lucha entre ellos por la influencia en Afganistán. Son partidarios de descongelar los fondos que tiene en el exterior el Banco Central de Afganistán, y de organizar conferencias para ayudarle políticamente y en la crisis humanitaria que se avecina, que nos puede acabar salpicando a todos. Esta misma semana los rusos se han adelantado y los han reunido en Moscú, junto con los talibanes, para hablar del futuro.

Hasta ahí, todos de acuerdo. Pero luego comienzan los matices. Gracias al Tratado de Seguridad Colectiva, Rusia es la potencia hegemónica en los países tan de Asia Central que formaron parte de la URSS y que tienen frontera con Afganistán. Rusia es su principal suministrador de armamento, tiene en ellos bases militares y quiere seguir dominando esta región donde ya asoma China. Moscú, con 20% de población musulmana, teme que a través de estos países le lleguen radicales disfrazados de refugiados afganos y también drogas, pues de Afganistán procede el 84% del opio que el mundo consume. Al mismo tiempo, Rusia todavía considera a los talibanes como una «organización terrorista», y según Lavrov el reconocimiento de su gobierno no está próximo.

Afganistán: lo que piensan los demás Antonio Postigo

Pakistán tiene 2.000 kilómetros de frontera con Afganistán, muchas relaciones históricas, culturales y étnicas, siempre ha tenido un papel preponderante en lo que allí ocurre y desea seguir teniéndolo ahora. Quiere en Kabul un gobierno amigo que le otorgue «profundidad estratégica» en su pelea existencial con la India. Acoge a cuatro millones de refugiados afganos y no quiere más. Teme que la India cree grupos terroristas que se infiltren desde Afganistán y por eso lo quiere controlar con sus poderosos servicios de Inteligencia.

Irán (900 kilómetros de frontera) se lleva históricamente mal con los talibanes, a los que casi declaró la guerra en 1998, aunque luego les haya dado armas para usar contra EEUU y la OTAN. Sus mayores preocupaciones son el renacer del Estado Islámico en Afganistán, el tráfico de drogas y la situación de los cuatro millones de chiís hazaras cuyas mezquitas son últimamente objeto de ataques terroristas.

Con solo 70 kilómetros, la frontera chino-afgana es muy sensible porque linda con Xinjiang, donde hay un millón de uygures en «campos de reeducación». Unos 3.000 habrían combatido con el Estado Islámico, China teme que regresen convertidos en terroristas expertos en el manejo de armas y por eso quiere que los talibanes controlen al Movimiento Islámico del Turquestán Oriental que los agrupa. También le interesan los recursos naturales de Afganistán (cobre, litio) y la construcción de infraestructuras como parte de la Ruta de la Seda: redes eléctricas y un ferrocarril desde Uzbekistán a Pakistán.

En Europa, la retirada norteamericana ha aumentado nuestra desconfianza y nuestra frustración. Desconfianza ante un aliado que ha actuado «a la Trump» sin consultarnos, y frustración porque no hemos sido capaces de quedarnos en Kabul ni un minuto más de lo que Washington decidió que había que quedarse. De ahí las renovadas llamadas europeas a la autonomía estratégica y a fuerzas de despliegue rápido.

A mi juicio, lo peor de cuanto ha ocurrido tras la caótica evacuación de Kabul es el desprestigio norteamericano y, con él, también del sistema democrático que ellos lideran en el mundo. Chinos y rusos están convencidos de su decadencia, de su escasa voluntad de luchar (ojalá que no tenga consecuencias en Taiwán) y de la necesidad de revisar el orden mundial basado en reglas y valores occidentales. H