Javier Lambán le ganó por destreza a Luis María Beamonte aquella noche electoral de mayo de 2019, antes de la pandemia. Derecha e izquierda miraron a Ciudadanos a ver si iba a apostar por un gobierno con socialdemócratas o con los conservadores y los más ultras, para tomar el poder del Pignatelli, pero el hoy presidente del Gobierno de Aragón se fue al PAR para atar a la formación de Arturo Aliaga y luego ver si los liberales preferían estar con los socialistas o con los populares. Cuando esa misma noche el entonces líder naranja, Albert Rivera, y por ende su adlátere en Aragón, Daniel Pérez, dejaron bien claro que su objetivo era apoyar gobiernos de derechas, Beamonte se debió alegrar, pero lo que no sabía es que no tenía nada que hacer para quitarle el sillón de la DGA a Lambán. Este se había adelantado en busca de la otra bisagra. Hay quien dice que ahí es donde el todavía presidente del PP de Aragón perdió muchos puntos ante la cúpula del partido en Madrid. Hay quien considera que le faltó habilidad política para llevarse con él al PAR y hay quien opina que se asustó y que incluso hubo quien pensó desde Madrid que lo mejor sería dejar la presidencia en manos de Ciudadanos. Sea como fuere, el caso es que a Beamonte se le ha acusado de no tener alma de líder y ser gris y ni él ha sabido cambiar, ni le ha beneficiado el nuevo estilo y las armas de los nuevos círculos de poder del PP aragonés.

Porque en la misma fecha que él no conseguía acceder a la presidencia del Gobierno regional, su compañero de cartel electoral, Jorge Azcón, lograba, no sin dificultad, la alcaldía de Zaragoza y con él llegaba un estilo distinto, más juvenil, moderno, aguerrido y abierto a la ciudadanía que conectaba perfectamente con el espíritu que se estaba imponiendo en la sede central popular de la calle Génova. Un espíritu más de derechas, pero con una conexión social que no ha sabido transmitir Beamonte. Como además, junto a Pablo Casado había una serie de personas más próximas por edad y amistad al alcalde zaragozano que al candidato a presidente aragonés, este empezó a vivir unos momentos inciertos. Las crisis sanitaria y económica han ido alargando la situación y, casi al mismo tiempo, aumentando la distancia entre el presidente popular y la realidad del partido. Pero se van produciendo hechos que sacuden el liderazgo de Beamonte. Por un lado, el congreso provincial del PP de Zaragoza con el ascenso de Ramón Celma, otro hombre colocado por el entorno de los amigos de Azcón, sobre todo Pedro Navarro, diputado por Zaragoza en el Congreso y amigo personal de Casado. Pero por otro lado, en el partido nadie niega que Azcón ha ido ganando mucho peso nacional gracias a su liderazgo al frente de la rebelión de los alcaldes (del PP y de otros partidos) que se levantaron contra el Ministerio de Hacienda por el decreto sobre los remanentes municipales y la exigencia de ayudas covid para los ayuntamientos. Mientras tanto, Beamonte ha hecho el trabajo de ir recorriendo la comunidad en estos últimos meses sin desvelar si iba a tratar de repetir al frente del partido. Y ahí se ha quedado.

Con Azcón los populares han empezado a ver el inicio de una nueva etapa en Aragón porque son conocedores de que el peso de Zaragoza es fundamental en el devenir de la comunidad y el alcalde es un valor en alza dentro de la ciudad pero también fuera de ella e incluso del territorio aragonés. Su conexión con Génova es total y solo hay un choque: el alcalde quiere seguir siéndolo y preferiría salir del despacho de la plaza del Pilar con rumbo a otro en la capital de España, no hacia la DGA. En los últimos meses lo ha repetido hasta la saciedad, pero también ha añadido que es muy disciplinado y hará lo que le diga su partido. En Madrid (y en Zaragoza) saben que la situación de Ciudadanos, y más con la crisis abierta ahora en Aragón, y la del PAR, les beneficia porque en 2023, en las nuevas elecciones, habrá mucho trasvase de votos hacia el PP. Además, el anuncio de Teruel Existe de que se van a presentar a las elecciones autonómicas va a suponer una rebaja de votos de los socialistas hacia la formación turolense como ya ocurrió en las generales de 2019. Los socialistas lo saben y están muy nerviosos. Sobre todo con Teruel. Y dicen que, ante la crisis del PAR, el presidente Lambán no estaba preocupado por si se podía poner enriesgo la continuidad del gobierno cuatripartito, sino por lo que pudiera afectar a mayo de 2023.

El sueño popular es recuperar el Pignatelli y ahí se enmarca la caída de Beamonte y el ascenso de Azcón. El caso de Aragón le puede servir también a Génova para elevar las opciones de algunos alcaldes de tomar las riendas de los partidos regionales y pone en duda la máxima extendida de que los candidatos a las elecciones autonómicas deben ocupar las presidencias de los partidos en sus comunidades. Es decir, para que José Luis Martínez Almeida, muy amigo de Azcón, llegue a presidir el PP madrileño y siga de alcalde e Isabel Díaz Ayuso continúe solo como presidenta de la comunidad. Lo malo para Azcón y para el PP es que aquí, si sigue de alcalde habría que encontrar a la ayuso aragonesa. ¿Celma? ¿María Navarro? No se vislumbra nada más parecido.