Uno puede conversar sin apuro con amigos o desconocidos sobre su colon irritable, incluso describir su operación de menisco, pero jamás, jamás, debe hacerlo sobre su último brote psicótico o sobre los pormenores de su trastorno obsesivo-compulsivo, a no ser que quiera convertirse en nadie.

Algo comienza a cambiar en este tiempo raro. Hemos presenciado cómo diosas olímpicas detenían de un frenazo sus meteóricas carreras y pedían un respiro por el bien de su salud mental. De repente comprendimos que una crisis de ansiedad o una depresión podían ser tan incapacitantes como la rotura de un ligamento.

Suponíamos que los héroes también sufrían, pero de eso no se hablaba. Los desórdenes mentales han sido tema tabú en las conversaciones y en los medios de comunicación. Hasta tal punto ha sido así, que un informador debía buscar cualquier sinónimo o eufemismo antes de teclear la palabra «suicidio».

«Efecto llamada»

Amigos periodistas me explicaban sin llegar a convencerme que hablar de ese tema suponía un «efecto llamada» y otros podrían imitarlo. No niego que llevaran razón, pero desde esa lógica tampoco deberíamos informar de la violencia machista. Y hemos visto cómo el testimonio, bien pagado y por entregas, de la hija maltratada de una cantante sensibilizaba hasta a la víctima más silenciosa.

Pero no es la vía del morbo la que yo desearía para que se normalizara un asunto tan importante como el de la salud mental y su extremo más dramático: el suicidio. El Gobierno parece haber comprendido que nuestro envidiado sistema sanitario cojeaba y ha presentado un borrador de plan con una cifra que a ellos les parecerá astronómica, pero que los profesionales aceptamos como las olivas previas a una cena. La salud, como casi todo, va ligada a la economía y, si se quiere abordar en serio, hay que invertir con decisión.

Debemos hablar del suicidio y de la salud mental porque pueden diseñarse planes de prevención similares a los que tratan de disminuir las muertes en la carretera. Además de contratar a psicólogos y psiquiatras, tal vez sean necesarias nuevas leyes y reglamentos que rebajen la discriminación y la estigmatización. Todo es dinero, lo sé. Por ahora damos la bienvenida a la buena voluntad... y ya en otra columna hablamos, por poner un ejemplo, del fomento que en este país hacemos de las ludopatías.