De todas las críticas que han vertido sobre la designación de Jorge Azcón como candidato a la Presidencia del PP aragonés sus adversarios, me llama la atención la que le reprocha que un alcalde de Zaragoza intente dar el salto a las cuitas orgánicas y a la política autonómica. Algunos de sus rivales han considerado que es un descaro pretender hacer política para todo Aragón desde la atalaya que otorga ejercer el gobierno de Zaragoza. Consideran que se sirve de él para hacer política. ¿Por qué este reproche nunca se dio cuando quien estuvo en la política autonómica fue alcalde de Bonansa, Ejea de los Caballeros o Tarazona? ¿Es menos legítimo cuando el que lo intenta tiene responsabilidades en Zaragoza? A veces parece que sí, a la vista de algunos comentarios críticos al respecto.

Aunque está por ver que Azcón vaya a jugar en la liga autonómica, lo cierto es que si lo hiciera podría romper con esa tradición que dice que Aragón nunca ha tenido un presidente que haya nacido o ejercido de vecino de la ciudad en la que vive más del 60% de los aragoneses y que es uno de los principales motores económicos del país. Es un fenómeno que ocurre en muchas partes. Guillermo Fernández Vara es de Olivenza y no de la capital extremeña, Ximo Puig fue alcalde de Morella, Moreno Bonilla nació en Barcelona e hizo su carrera política en Málaga; en Galicia casi siempre han mandado los orensanos como Núñez Feijóo, en Castilla La Mancha García-Page es la excepción porque fue alcalde de Toledo, aunque esta es la capital histórica y administrativa de la comunidad pero ni es la más poblada ni la más dinámica. Pere Aragonès es de Pineda de Mar, Concha Andreu de Calahorra, Adrián Barbón de las cuencas mineras asturianas, y Revilla de una de las poblaciones cántabras más alejadas de Santander. Ángel Víctor Torres fue concejal de Arucas y nunca de Las Palmas de Gran Canaria, Francina Armengol es una balear de Inca, Fernández Mañueco es salmantino, María Chivite de Cintruénigo y Urkullu no es de Bilbao-Bilbao. Parece que ser de la capital no puntúa.

Si analizamos presidentes autonómicos del pasado, las conclusiones son bastante parecidas. Es una excepción, como en casi todo, Isabel Díaz Ayuso, pero es que la Comunidad de Madrid es una especie de anomalía administrativa en la España autonómica. Lo reconoce su alucinante himno, compuesto por el gran Agustín García Calvo: «Cada cual quiere ser cada una; no voy a ser menos: ¡Madrid, uno, libre, redondo, autónomo, entero!», un «triángulo roto en el mapa, por ley o por decreto». De hecho, entre Díaz Ayuso y Martínez Almeida cuesta saber cuál de los dos ejerce más de alcalde de una ciudad que tuvo incluso en un rey, Carlos III, a su mejor munícipe. Madrid, más un distrito federal que una comunidad uniprovincial. Del lado contrario, parece una anomalía que ningún presidente del Gobierno de España haya tenido un paso sólido por el municipalismo, descontando los efímeros periodos de concejal en Pontevedra de Mariano Rajoy y en Madrid de Pedro Sánchez.

Volviendo a Azcón, que sea alcalde de Zaragoza no debería ser un problema para liderar las cuitas orgánicas de su partido a nivel autonómico. Cierto es que su perfil es extremadamente urbano para una sociedad, la aragonesa, con muchas realidades distintas que obligarán al popular a hacer un cursillo acelerado para profundizar en su conocimiento.

Azcón estuvo veinte años estudiándose Zaragoza para ser alcalde, y lo consiguió. In extremis, eso sí, y ante una adversaria, Pilar Alegría, que fue candidata a la Alcaldía viniendo de la política autonómica y ejerciendo con orgullo de zaidana. Ahora es ministra y pasó apenas unos meses en el consistorio. Por eso, Azcón puede pasar por el mismo motivo de las flores de la Gran Vía a pasearse por una hectárea de leguminosas en Monegros II. De momento, el mes pasado se hizo una foto plantando sin demasiada destreza un almendro en ese gran bosque que quiere hacer en Zaragoza, y este fin de semana ha elogiado en tuiter lo que significa «ser de pueblo». No es todavía mucho, pero por algo se empieza.