Opinión | Salón Dorado

Las cuentas del Estado

Esta semana se han debatido las enmiendas a la totalidad presentadas al proyecto de ley de Presupuestos Generales del Estado para 2022. El Gobierno ha salvado el primer envite y todas han sido rechazadas. No he seguido todas las intervenciones de los portavoces, pero por los resúmenes que los medios de comunicación han publicado parece que vivimos en dos países distintos según quien habla.

Superada esa primer fase, ahora le toca a cada ministerio negociar con los grupos que apoyan al Gobierno la distribución de las diferentes partidas presupuestarias, y aquí llega el mercadeo de cesiones.

Consagra la Constitución que "La soberanía nacional reside en el pueblo español" (Art. 1.2) y que «Las Cortes Generales representan al pueblo español», y, por tanto, cada uno de los diputados y senadores, aunque elegidos por circunscripciones electorales, representan a todo el pueblo español. Pues bien, escuchando a algunos diputados y observando sus comportamientos, es evidente que algunos no cumplen con el mandato constitucional.

"Lo suyo"

Escuchar cómo portavoces de formaciones nacionalistas solo se preocupan de "lo suyo", que en casi todas las ocasiones supone obtener privilegios para su territorio, resulta bochornoso. Así, partidos que tienen un bajísimo porcentaje de votos, consiguen una enorme influencia gracias al perverso sistema de reparto de escaños, que prima la presencia de algunos de esos grupos de manera exagerada. Por eso, según se produce ese reparto, un partido que obtiene doscientos mil votos concentrados en tres provincias consigue el doble de diputados que otro al que votan por un millón de personas, pero repartidas entre muchas demarcaciones.

La contradicción entre el espíritu y la letra de la Constitución es evidente y escandalosa, pero ni PP ni PSOE han mostrado nunca el menor interés en acabar con ella; así les ha ido, y les va, muy bien.

Gracias a este sistema, es posible escuchar a la portavoz en el Congreso de las CUP referirse, sin el menor atisbo de vergüenza, a unos inexistentes "Países Catalanes", sin que nadie le recrimine que está muy feo hablar en nombre de un territorio imaginario. O asistir atónito a cómo muchos de los diputados se arrogan la interpretación de lo que piensan todos los españoles.

Es lo que tiene una Constitución que es contradictoria en sus términos, en la que se lee que todos los españoles son iguales ante la ley, pero existen distintos sistemas fiscales, o que solo los herederos de una familia pueden ostentar la Jefatura del Estado, por ejemplo.

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