Opinión | Sala de máquinas
Socialistas
Los recientes congresos regionales del PSOE han puesto de manifiesto la sólida posición de Pedro Sánchez y la solidez de sus siglas. Es precisamente esa condición férrea de su estructura (la del partido), son esos mimbres tan firmes como ejes de carreta los que sostienen a la militancia, al aparato, al propio secretario general, evitando que las siglas se hundan con terremotos internos (aún los hay) o en el barro de la lucha política (lo habrá siempre).
El orden y la disciplina interna no son algo nuevo en el socialismo español. Ya Alfonso Guerra, allá por los años ochenta, diseñó el primer PSOE sobre una estructura piramidal, de ancha base popular y progresivo adelgazamiento burocrático hasta llegar a la cumbre, al jefe, al secretario general. Así, estableciendo desde el principio un sistema en el que la cadena de mandos se revelaba tan respetada como eficaz, el guerrismo instauró unas pautas que en buena medida siguen vigentes hoy en día.
Para unos, esa estructura del Partido Socialista es garante de continuidad; para otros, tan solo un pesado aparato de poder consagrado al clientelismo. Unos la admiran, otros la denigran, pero ahí está, como la puerta de Alcalá, viendo pasar el tiempo y, a la manera del proverbio árabe, cadáveres de sus enemigos ante la puerta de su casa, en Ferraz.
Porque, a imitación de los socialistas, ¿habrían resistido mejor los nuevos partidos de haber creado estructuras más sólidas sobre las que asentar su crecimiento entre la sociedad y el electorado español?
Podemos optó por un sistema asambleario, donde cada voz tenía el mismo peso que la siguiente y nada estaba decidido hasta la última intervención o voto. Así fue en su origen, en la época de los indignados, pero, a medida que la izquierda radical se hacía parlamentaria, europea, municipal y autonómica, su cadena de mandos se elevó, se burocratizó y jerarquizó. Con Ciudadanos parece haber fallado el tejido organizativo, ausente de demasiados niveles sociales y núcleos de población como para alentar una vida política y un ideal nacional permanentes.
La política no solo es brillo, aplauso, voto, cielo; es también suelo, sacrificio, solidaridad y, guste o no, obediencia.
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