Opinión | Sala de máquinas

Pobre Nicaragua

Durante estos últimos años he mantenido una intensa relación de trabajo y amistad con varios escritores nicaragüenses, cuyo nombre, por motivos de su seguridad, para salvaguardarla de las amenazas o ataques del tirano al que soportan (que no pueden soportar, mejor dicho) ocultaré discretamente, pues ellos siguen viviendo, resistiendo en Managua, en León y en otras ciudades. Puedo asegurarles que son escritores y periodistas extraordinarios, de un enorme talento, con obras muy valiosas y, además, con una intachable actitud de servicio y amor a su país... A su pobre y desgraciado país, Nicaragua.

La victoria electoral, amañada y vergonzante, de ese burdo y cobarde dictador que es Daniel Ortega, cruel parodia de todos los vicios del poder, ha sepultado a estos autores amigos, y a cientos de miles de nicaragüenses, en el más triste abatimiento. A cada día que pasa se les hace más difícil seguir resistiendo en un país cuyos dirigentes críticos están en la cárcel, acusados con falsas pruebas; cuya libertad de expresión está siendo laminada a medida que se cierran periódicos y medios de comunicación; y cuyo futuro no puede ser sino tan negro como las oscuras intenciones del loco que los gobierna y de la trastornada mujer que ocupa la cama y el despacho presidencial: Rosario Murillo.

Con sus mejores cabezas encarceladas o en el exilio, con los partidos de oposición prácticamente desmantelados a base de requisas y detenciones, con la policía estatal patrullando las calles las veinticuatro horas y deteniendo a cualquiera que consideren sospechoso por hablar, decir, escribir, reunirse o pensar, la vida en Nicaragua se ha convertido un infierno.

Sepulcro de la libertad alrededor del cual danzan como rojos payasos otros supuestos líderes, cancerberos o enterradores de una izquierda utópica devenida en el sueño de la tiranía: ese auténtico déspota en que se ha convertido Nicolás Maduro; ese pobre apéndice castrista que es Díaz Canel o ese demagogo barato en que López Obrador se denuncia a sí mismo cada vez que habla en público. El ideal de la izquierda revolucionaria y social está muriendo en sus manos, pero, sobre todo, en las de Daniel Ortega, manchadas de sangre por la represión armada contra su pueblo.

¡Pobre Nicaragua!

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