Opinión
Cuando la Tierra tremola
A nosotros nos incumbe la voluntad de hacer mucho y bien por nuestro planeta y por quienes lo habitamos
En Aragón cuando usamos la palabra tremolar, casi siempre es porque la rasca que hace es tanta que nos tiritan los dientes y tremolamos de frío. La palabra deriva del latín tremolare, con el significado de temblar. Y así mismo, este verbo ha dado origen en castellano al sustantivo tremedal: lugar inestable que un movimiento brusco puede hacer retemblar.
La hermosa localidad turolense de Orihuela del Tremedal debe su bonito topónimo al hecho de estar situada en la escarpada sierra de su nombre. Un paraíso natural entre cuyos múltiples encantos destacan sus trémulos y majestuosos ríos de bloques de piedra, considerados como los de mayores dimensiones del mundo.
Un planeta vivo
A pesar de su antigüedad (más de 4.500 millones de años) la Tierra es un planeta vivo, y por las grietas de sus plataformas continentales se cuela continuamente el magma incandescente que alberga el interior de nuestro planeta. Por eso la Tierra diariamente tremola (se estremece) muy a menudo de manera imperceptible, pero a veces con furor y afectando de diversas formas a la vida y a nuestro hábitat. Es el caso de las erupciones volcánicas (como la actual en la isla de La Palma) y de los terremotos, denominados 'tremblements' en francés. Y en ambos casos con el mismo significado: movimientos que se originan en las profundidades de la Tierra y que se manifiestan en la superficie con una determinada y cuantificable intensidad.
Y es que, al igual que la Humanidad ha ido evolucionando desde los orígenes –hace al menos 300.000 años– del Homo sapiens, a través de distintas revoluciones, del mismo modo nuestro planeta –siempre el mismo, siempre diverso– está en una constante revolución evolutiva que continuará hasta el momento mismo de su desaparición, absorbido por un moribundo y descomunalmente expandido sol. Pero no hay de qué alarmarse, las astrofísicos prevén que hasta que ese trágico final llegue habrá de transcurrir el mismo tiempo que la Tierra tiene de existencia, es decir, unos 4.500 millones de años.

Bañera 10 de noviembre / Gregor
Pero mientras tanto, habremos de estar alerta pues hoy por hoy, los terremotos son impredecibles y sus efectos pueden ser devastadores, como nos ha ido mostrando la Historia. En Europa, el más devastador fue el conocido como terremoto de Lisboa (en realidad un tsunami) que acaecido el 1 de noviembre de 1755, afectó también gravemente a Marruecos y a la ciudad de Cádiz, dejándose también sentir –aunque en mucho menor grado– en el resto de regiones españolas (por supuesto, también en Aragón) y allende los Pirineos, en numerosos pueblos y ciudades del sur de Francia.
El terremoto de Lisboa, duró apenas 5 minutos, pero fue de tal magnitud que hundió al instante las flotas amarradas en los puertos a los que golpeó el tsunami y se cobró la vida de más de 100.000 personas. Las crónicas de la época nos cuentan que el día de Todos los Santos de 1755, a las nueve y media de la mañana se dejó sentir por toda la ciudad de Lisboa un ruido ensordecedor, al tiempo que la tierra se abría y resquebrajaba, abriendo profundas simas en el suelo y provocando el derrumbamiento de miles de casas, iglesias y monumentos.
Dicen también las crónicas que la cuenca del río Tajo (cuyo nacimiento se encuentra en la serranía de Albarracín) se hallaba en tal estado de agitación, que el nivel de sus aguas creció y descendió en varios metros en cuestión de minutos.
Y ya en la ciudad de Cádiz, sus habitantes vieron asombrados cómo el agua del mar retrocedía en centenares de metros respecto a la línea de playa y volvía impetuosamente convertida en una gigantesca ola de más de 15 metros de altura que inundó y arrasó buena parte de la ciudad. También Sevilla, aunque en menor intensidad, sufrió la arremetida del tsunami aquel aciago día, provocando que en la célebre Giralda se abriera una enorme grieta y que la misma catedral se viera gravemente afectada por la destrucción.
Punto de inflexión
Abrumados los europeos por el ingente número de víctimas que ocasionó el terremoto de 1755, la catástrofe fue punto de inflexión para el comienzo de un paulatino cambio en las ideas políticas y filosóficas del momento. De este modo, Voltaire, impactado por la magnitud de la muerte y destrucción que entrañó la catástrofe, escribió dos obras dedicadas a ella: 'Poema sobre el desastre de Lisboa' y la novela 'Cándido'; textos ambos en los que critica el optimismo teológico entonces imperante sustentado en la fe hacia un Dios justo y misericordioso y reivindica un pesimismo positivo sustentado en la razón. Bases sobre las que en 1789, se difundieron las ideas que dieron pie a la Revolución Francesa, poniendo fin a las antiguas formas de gobierno y abriendo paso a una modernidad tampoco exenta, sin embargo, de llantos y quebrantos para la baqueteada población de las naciones de Europa.
Nunca sabemos, afortunadamente, lo que nos deparará el mañana. Pero si conscientes somos de que al final será la diosa Fortuna quien decida, conscientes también hemos de ser de que a nosotros incumbe la voluntad de querer hacer mucho y bien por nuestro planeta y por la felicidad de quienes lo habitamos, en todo momento. Incluso, o quizás entonces aún con más razón, cuando la Tierra tremola.
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