Opinión
Vacunas, escépticos y otros problemas
Las personas que no se han vacunado contra el covid preocupan. Con razón. Mientras en España casi el 80% de la ciudadanía ha recibido las dos dosis (el 88% si hablamos de población diana, es decir, mayor de 12 años) la situación cambia a medida que nos adentramos en Europa. Los índices de inmunización son realmente bajos en algunos países del este. Por ejemplo, en Bulgaria los escépticos representan el 79%. En Rumanía, el 76%. En Polonia, más del 47% sigue sin pincharse.
Otros como Alemania, Reino Unido o Países Bajos, pese a tener a un 70% de sus ciudadanos con la pauta completa, vuelven a tener problemas. Sus incidencias acumuladas de coronavirus han vuelto a dispararse.
A menor población vacunada, más contagios y mayor tasa de mortalidad. Se ha comprobado que esta última es significativamente más importante entre las personas no vacunadas. Inmunizarse significa protegerse frente al coronavirus, hacer al cuerpo conocedor del patógeno para que no sufra tanto cuando el virus penetre. Por eso rechazar la vacuna es sinónimo de hacerse más vulnerable.
Este argumento de minimizar el impacto y, por tanto, la gravedad de la enfermedad en uno mismo en caso de contagio no ha sido decisivo. En cambio, la posibilidad de dejar de acceder a bares, restaurantes, peluquerías o salas de conciertos, sí. Curioso. Nunca sabe uno qué argumentos pueden ser los más convincentes. A veces la teoría más disparatada acaba rebelándose la más efectiva.
Particular resulta también que algunos de los que tachan a estas personas de egoístas e insolidarias y defienden su aislamiento social en beneficio del bienestar colectivo respondan furibundos cuando se les pregunta por el confinamiento en España del año pasado. Vulneraron nuestros derechos, nos secuestraron en casa, dicen. Ciertamente los estados de alarma han sido declarados nulos por el Tribunal Constitucional pero no por esos motivos que estrujan una y otra vez sino por otros bien distintos aunque igualmente cuestionables. No mezclemos churras con merinas que caer en la demagogia es sencillo.
Y mientras en el primer mundo damos vueltas a cómo convencer o presionar a los incrédulos de la vacuna, en los países más pobres esperan y desesperan. Pacientemente. No les llegan o lo hace en pocas cantidades. Paciente e incomprensiblemente miran hacia aquí viendo cómo se nos caducan lotes y rechazamos inocularnos. Qué evidente y dura vuelve a ser la brecha. España ha enviado ya 24 millones de dosis a terceros países y espera llegar a los 50 millones en el primer trimestre de 2022, según Sanidad. Una buena noticia porque la salida de la pandemia es, como tantas otras cosas, global y multilateral.
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