Opinión

El discreto encanto del narcisismo de grupo

Uno de los rasgos de nuestra época es el narcisismo. Las posibilidades de expresión y exposición de internet lo facilitan. Casi todos lo hacemos de una forma u otra en nuestra vida privada. Lo que caracteriza a los movimientos contemporáneos es el kitsch, extendido en defensores de causas justas y causas odiosas: el kitsch a la manera de Kundera, donde alguien se emociona contemplando su emoción y pensando en lo sensible que es. Uno de los ejemplos más célebres es el de los que entraron en el Capitolio y se hicieron selfis. El procés y sus avatares han desarrollado versiones del narcisismo que desafiaban la parodia, como ocurre con cualquier movimiento en el que el gremio de los periodistas tenga un papel importante.

Scott Barry Kaufman ha escrito en The Atlantic sobre el narcisismo de grupo. Aunque la idea ya estaba en Adorno y Fromm, Kaufman hablaba sobre todo de las investigaciones de Agnieszka Golec de Zavala, que lo define como «una creencia en que la exagerada grandeza de un grupo no es lo bastante reconocida por los demás». Desarrolló un índice que lo medía, y que evaluaba frases como «Mi grupo merece un trato especial» o «No recibe el respeto que se le debe». Aparece en numerosas agrupaciones –religiosas, ideológicas, deportivas– y va más allá del tribalismo. Se centra más en el prejuicio hacia los de fuera que en el aprecio a los de dentro, explicaba Kaufman; puede alimentar el radicalismo político e incluso la violencia. Los grupos difieren en lo que consideran que les hace superiores: puede ser una cuestión racial o religiosa o de género, pueden pensar que su cultura es superior o que son más demócratas que los otros. A menudo está vinculado al prejuicio contra otros grupos y a una percepción de amenaza. En ocasiones se asocia a una sensación de incertidumbre y vulnerabilidad personal, que se traslada a una ansiedad de reconocimiento colectivo. (Parece que tampoco alivia esa inseguridad.) Aunque puede coincidir con cualquier ideología, según Kaufman es particularmente atractivo para los populistas. El antídoto, dice, no es ignorar lo más cercano, sino saber apreciarlo por lo que es en vez de a partir de la enemistad con los demás, y buscar la conexión con quienes parecen distintos. Al leer la descripción del narcisismo colectivo, es fácil reconocer a muchos movimientos políticos y sociales contemporáneos: los nacionalismos periféricos y el nacionalismo español de Vox son dos ejemplos claros. Pero, como resulta más fácil detectarlo en causas que no nos resultan simpáticas, hay que andar con precauciones: todos podemos caer en él. H

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