Hace unos días, el grupo de Podemos en el Ayuntamiento de Zaragoza pedía al equipo de gobierno PP-Cs que favoreciera el reciclaje en el ámbito doméstico con un sistema de incentivos económicos que premien de alguna manera a los ciudadanos comprometidos y se haga realidad aquello de quien no contamina no paga. El concejal Fernando Rivarés proponía bonificaciones en los servicios municipales, como el recibo del agua o el uso de las instalaciones deportivas. Y no me pareció un desvarío ni una ocurrencia de última hora, porque en otros municipios de España ya se hacen gestos para agradecer a los que, sin ser responsables de la separación y el tratamiento de los residuos, nos preocupamos cada día por facilitar ese trabajo a cambio de nada.

Reciclar es premiar DALIA Moliné

Parece que el reciclaje lo haya inventado esta sociedad moderna y tecnológica, como un aspecto cool más de los que nos vende el márketing y la mercadotecnia publicitaria. Pues no. Los ciudadanos analógicos hemos conocido la existencia de traperos, que como su nombre indica compraban y vendían trapos aunque a veces hasta se hacían cargo de los periódicos y revistas viejas; de las chatarrerías, a las que se podían llevar metales, y el retorno de los envases de vidrio a cambio de unos céntimos de peseta. Y hemos visto a las madres o abuelas reutilizar el aceite doméstico para elaborar jabones, con propiedades tan desinfectantes y limpiadoras como los de marcas.

Ahora den una vuelta por su casa. Guardamos el aceite en botellas o garrafas para llevarlo al contenedor blanco. Los zapatos, ropas y bolsos los almacenamos para arrojarlos a los metálicos de color granate. Los periódicos, revistas y cartones, en bolsas de papel para echarlos al de color azul. El vidrio, a las burbujas verdes. Los plásticos, los briks y las latas las almacenamos para tirarlos al amarillo, las pilas, los fluorescentes, los pequeños electrodomésticos... Un espacio, un tiempo y un esfuerzo... a cambio de nada para el ciudadano. Que no para las empresas disfrazadas de oenegés que se lucran con este trabajo.

Las directivas europeas obligaban a España reutilizar y reciclar un 50% de sus desechos domésticos el pasado año. Y la realidad no solo nos dejó muy lejos del objetivo sino que la situación empeoró. Si el próximo reto está en lograr el 65% en 2030, mucho habrá que incentivar para no quedarnos atrás.

Solo hay que mirar a otros países europeos. En Suecia usan la basura para generar energía, en Bélgica se utilizan bolsas homologadas para sacar los diversos residuos, que se recogen en días distintos, y se multan los errores o la mala praxis; en Finlandia devuelven dinero por depositar latas o botellas y en Alemania ya se ha implementado un sistema de contenedores inteligentes en los que para depositar los residuos hay que activarlos con una tarjeta de identificación del usuario. Se registra el peso de las bolsas y se paga en función del mismo.

Pero aquí somos distintos. Vemos más normal que los bancos nos cobren por una transferencia que tramitamos nosotros mismos en el cajero, que bonificar las buenas prácticas ciudadanas. H