Desde hace varios años se viene hablando del concepto de la España Vacía o Vaciada, como un problema de primera referencia nacional fruto de la concentración de la población en las ciudades. Esta situación, que en España tuvo su punto álgido en las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado, está siendo la tónica general en el mundo. Cada vez más porcentaje de población vive en ciudades y, por tanto, cada vez menos personas viven en el medio rural.

Lógicamente esta situación genera profundos desequilibrios en cuanto a vertebración del territorio y, como en cualquier espiral de crecimiento o decrecimiento, las tendencias se aceleran de forma más que proporcional a medida que avanza el efecto.

Comunidad biológica

Los seres humanos somos una comunidad biológica y, por tanto, requerimos de un número de individuos para progresar y persistir. Pero, además, necesitamos una tipología de sociedad concreta para que esta se mantenga: muchos de los pueblos más afectados por el envejecimiento, masculinización y pérdida de población ya están de facto extintos por tendencia poblacional.

La realidad de la despoblación es dura, y no podemos mirar hacia otro lado con vagos compromisos generalistas como los realizados durante los últimos años, porque la realidad se impone a las buenas intenciones.

Hyde

Tendríamos que realizar una profunda reflexión de las medidas que se han puesto en marcha para tratar de evitar o frenar la despoblación ya que, en muchos casos, lo que están generando son barreras de entrada de nuevos pobladores a actividades ligadas al sector primario.

Para que se asiente más población y, por tanto, haya crecimiento en los municipios rurales, pueden pensarse en tres formas: que vuelva población de las ciudades al medio rural, que aumente la natalidad (y esté por encima de las tasas de mortandad) y con inmigración de personas extranjeras.

Cualquier responsable público que esté preocupado por el futuro del medio rural debería, en primer término, pensar cómo puede favorecer con sus políticas alguna de estas tres alternativas, si no las tres a la vez. Pero ello requiere de políticas públicas, y las políticas públicas se sufragan con impuestos, y he aquí el gran impedimento de la España vaciada: todos entendemos que hay que abordarlo, pero a la hora de la verdad, las medidas que requerirían atajar de raíz el problema implican reformas fiscales, más recaudación y más gasto público para mejorar las condiciones de vida de personas que no viven todavía en nuestros pueblos y que hay que motivarlos para que lo hagan.

Es más que evidente que algo no funciona, que las medidas para combatir el reto demográfico deben reorientarse hacia políticas que tengan actuación directa para que mujeres jóvenes vayan a vivir a los pueblos y que las familias que asienten su vecindad sean acogidas e integradas por la comunidad en su conjunto.

Los nuevos pobladores del medio rural, si es que queremos tener un medio rural más poblado, deben sentirse en igualdad de condiciones que las personas que vivan en las ciudades, mismos servicios, y mismas posibilidades de desarrollo personal y profesional.

Y esto nos obligará a repensar y reformular las actividades humanas que se desarrollan en los entornos rurales; es decir, debemos replantear de qué forma aprovechamos los servicios ecosistémicos para contribuir a los modelos de sociedad que se requieren para que las familias vuelvan a los pueblos.

Que nadie se deje engañar, que nadie se haga trampas al solitario: ni el turismo rural, ni la agricultura y ganadería han conseguido frenar la despoblación por sí solas. Estas actividades son imprescindibles, tal vez la agricultura y ganadería sean las actividades más importantes y estratégicas que se desarrollan en un país, pero con esto no es suficiente para mantener vivos nuestros pueblos.

Aliento vital

Para que los pueblos sigan teniendo aliento vital hace falta romper las cadenas del conformismo y de la costumbre, impulsar desde un fuerte consenso político y social la actividad industrial, energética y de servicios cualificados, y favorecer la disposición de vivienda y la acogida de familias extranjeras. Es imprescindible que la transición ecológica, digitalización y la economía circular sean herramientas para revitalizar los pueblos porque solo con nuevas iniciativas no desarrolladas hasta ahora podremos afrontarlo.

Se requiere que las ciudades, y sus habitantes, se solidaricen y contribuyan económicamente al crecimiento de los pueblos, no solo volviendo a la casa familiar dos veces al año con el ansia de encontrar lo que hemos perdido en las ciudades, sino asumiendo que la España Vaciada está en la situación en la que está como consecuencia de que, nosotros, los urbanitas, tenemos la vida que tenemos.

Por desgracia, el gran dilema de la España Vaciada, es que quien va a determinar su destino político y social no vive su realidad, que quien más enarbola banderas en su defensa aspira a encontrar los montes, campos, calles y praderas sin gente, sin industria, sin cobertura, sin actividad económica. Tan solo lo ven como la despensa y esparcimiento dominical.

No existirá futuro para nuestros pueblos sin un fuerte compromiso de todos los miembros de la sociedad por revivirlos, rejuvenecerlos y feminizarlos y una altura de miras elevada de nuestra clase política. Nuestros pueblos necesitan un gran cambio ¿estaremos a la altura?.