Decimos de una persona, a la que admiramos su esfuerzo y dedicación, que es una máquina. Pero no solemos halagar a los aparatos identificándolos con humanos. O alabamos su eficacia, superior a la nuestra, o les tememos por su capacidad de control. No tenemos término medio. La función principal de las máquinas ha sido reducir el esfuerzo de las personas e incrementar su rendimiento. El objetivo fundamental de su uso ha sido mejorar y ampliar nuestra calidad de vida, para disfrutar de la misma a través del ocio.

‘Belchitús’

El problema es que hemos mezclado utilidad y disfrute para alquilar la felicidad, consumiendo en la barra libre de la tecnología, frees and chips. El Black Friday acelera la digitalización del ecommerce y la logística en nuestro Arazón. Demasiado inglesismo, en dos líneas, que me sale más de las ingles que de la lengua de Shakespeare.

Decía el escritor uruguayo Eduardo Galeano, que «el automóvil, el televisor, el vídeo, la computadora personal, el teléfono celular y demás contraseñas de felicidad, máquinas nacidas para ‘ganar tiempo’ o para ‘pasar el tiempo’, se apoderan del tiempo». Le pedí a Alexa que me escribiera este artículo. Pero mi altavoz inteligente me ha recitado una digna exposición teórica, a tener en cuenta, de aspectos, temáticas o posibles lectores a los que me dirijo, para elaborar dicho texto. Nos han estimulado el consumo de aparatos a los que podemos hablar, como un avance de nuestra comodidad, y terminamos legislando para poder hablar con personas en vez de con máquinas.

El problema no ha sido que hablemos con grabaciones inteligentes sino con locuciones inservibles. Nuestro enfado es contra la ineficacia y no hacia la naturaleza material de nuestro interlocutor. El malestar se incrementa al saber que nos desfogamos contra circuitos sin sentimientos. Necesitamos comprobar que nuestras emociones emocionan, para bien o para mal. Pero una máquina es un frontón de la comunicación, aunque sea una enciclopedia de la información.

La cuestión se ha complicado con la programación que analiza y prevé comportamientos. Los algoritmos son las máquinas de la inteligencia artificial. La utilidad la diseñan personas, pero la aplicación puede corresponder a malvados. Una mala persona siempre será peor que una máquina. El debate no es entre autómatas y personas. Sino entre comportamientos con, o sin, valores humanitarios, sean de máquinas o individuos.

Hay personas con vértigo a los avances tecnológicos que sufren con la evolución de la realidad a mundos virtuales y desconocidos. El miedo es razonable. Tememos perder nuestra única propiedad como personas: la consciencia. ¿No sería mejor plantearnos dejar de ser egoístas, también en eso, y pensar que es algo que no nos pertenece en exclusiva? Es la idea de Hans Moravec. Este austriaco, investigador en robótica, defiende que la evolución hacia máquinas más complejas, comunicativas e inteligentes, provocará que el mundo asuma que son conscientes y este debate perderá relevancia. El problema lo tenemos más cerca. Los ladrones que nos quitan pedacitos de consciencia son los que nos roban la identidad de nuestros datos para hacer su negocio. Y los culpables están hechos de átomos de carbono.

Frente a la dictadura del metaverso les propongo que nos agrupemos todos en la metaprosa final.

La virulencia dialéctica de la actualidad exige aplicar las leyes de la robótica de Asimov, a la política. Primera ley, un político no hará daño a otros políticos, ni por inacción, permitirá que los ciudadanos sufran daños. Segunda, un político debe cumplir los mandatos de sus electores, a excepción de los que entren en conflicto con la primera ley. Tercera, un político debe ejercer su honrada función en la medida en que no entre en conflicto con la primera o segunda ley.

En Aragón, la semana nos recuerda que falta inteligencia natural frente al coronavirus, aunque sobre eficiencia de gestión con las vacunas. Los autómatas egoístas que rechazan el antídoto se ponen y nos ponen en riesgo, dilapidando recursos sanitarios. La libertad del temor negacionista no debe coartar la libertad del resto. Este 20-N, hemos sabido que Belchite será un lugar pionero de memoria y recuperación, gracias a los gobiernos de Aragón y España. La compensación económica patrimonial a las víctimas del franquismo asesino, tiene más de responsabilidad civil que de memoria. El espíritu democrático de Belchitús ayudará a ahuyentar las ideas vivas, que aún perduran, del dictador que murió tal día como hoy.