Una mezcla heteróclita de datos dispersos, medias verdades, movimientos especulativos, medios poco comprometidos con el rigor informativo y el ruido en las redes sociales han exagerado los riesgos de desabastecimiento más allá de toda medida. Contra la opinión de los entendidos y de la realidad en los comercios, surtidos sin distinción de sectores, las tensiones en la cadena logística internacional están lejos de haber causado los problemas vaticinados por los alarmistas en un momento de crecimiento intensivo de la demanda a las puertas de la campaña de Navidad. Basta darse una vuelta por las arterias comerciales de las grandes ciudades españolas para comprobar que los augurios más sombríos carecen de sentido y, por el contrario, el ahorro embalsado durante la fase aguda de la pandemia –unos 50.000 millones– permite vaticinar un aumento muy alto del consumo.

El hecho es que el encarecimiento de los fletes, el petróleo, el gas, otras materias primas y la energía eléctrica no autorizan ir más allá de previsibles picos de tensión en la red logística de aquí a mediados del próximo año. Algo que, en términos generales, tiene bastante que ver con las compras a proveedores acrecentadas por la perspectiva de un aumento de la demanda poco menos que insólita, explicable después de un largo periodo de atonía. Pero lo cierto es que no hay en España riesgos de desabastecimiento. La extrapolación de los datos que registran mercados como el de los chips carece de sentido porque obedece a razones que tienen más que ver con la concentración de la producción en unos pocos países –Corea del Sur, Taiwan, China– y con una excesiva dependencia de Estados Unidos y la Unión Europea de las importaciones, algo que lastra sectores como la automoción y las nuevas tecnologías. Claro que a los inductores de toda clase de teorías conspiranoicas y a la extrema derecha todo les vale para contaminar con mensajes descabellados circuitos informativos frecuentados por la inmensa mayoría de la opinión pública.

Las alarmas desatadas sobre los riesgos de un gran apagón a raíz de unas declaraciones por demás confusas de la ministra austriaca de Defensa, Klaudia Tenner, son ilustrativas de estados de ánimo colectivos que intranquilizan a segmentos importantes de la población. No hay un solo dato que justifique los temores desatados, pero circulan por internet recomendaciones sobre kits de supervivencia y ha aumentado la venta de utensilios para hacer frente a un corte prolongado de la electricidad. Un gasto inducido por un riesgo inexistente que, no obstante, cabe suponer que beneficia a unos cuantos a partir de informaciones espurias.

¿Cómo combatir la rumorología, la desinformación y los bulos que, en última instancia, sirven o pueden servir para llenar los bolsillos de desaprensivos? En primera instancia mediante la difusión por los medios responsables y respetados de datos ciertos, contrastados, obtenidos de fuentes fiables; no hay otro camino. Pero tal cometido será siempre insuficiente si no se evita por estos mismos medios ser caja de resonancia de campañas destinadas a desorientar a la opinión pública. Frente a las informaciones torcidas solo cabe oponer los principios básicos de la praxis profesional y desacreditar a sus difusores. Hay demasiado en juego como para que la intoxicación se siga progresando sin pausa.