En 1946, George Orwell escribió para una revista un célebre ensayo llamado Por qué escribo. Ofreció cuatro respuestas concretas a la pregunta del título: lo hacía por egoísmo agudo (ansia de ser recordado), entusiasmo estético (placer por la belleza de las palabras), impulso histórico (hallar los hechos verdaderos) y propósito político (deseo de cambiar el mundo). Algunos autores han expuesto razones más prosaicas; otros detallan motivos terapéuticos. Hay quienes lo hacen, sobre todo, por dinero. Cuando, gracias a la saga Harry Potter, J.K. Rowling pasó de cobrar los subsidios de ayuda estatal a multimillonaria, cientos de miles de personas se lanzaron a la aventura de escribir ese libro mágico, definitivo y único que te cambia la vida. Como los buscadores de un golpe de fortuna; como esos cantantes que, sin apenas experiencia en música, ansían encontrar ese temazo con el que podrán vivir de rentas.

El noble, benéfico, elevado o práctico oficio de escribir tiene otras razones de ser. Por ejemplo, el anhelo de pasar factura a quienes te han amargado la vida en el pasado. Ahí están unos cuantos libros de memorias. En vez de Mi vida, Confesiones o Mis recuerdos, algunos podrían titularse directamente Os vais a enterar, capullos. Es el caso, al parecer, de Políticamente indeseable, de la política Cayetana Álvarez de Toledo. Marginada en el PP con la misma celeridad e idéntico ímpetu con los que fue aupada a los altares, esta mujer de ego superlativo ha comprendido que se hace más daño con un libro que con una cascada de insultantes declaraciones en los medios. El libro queda para siempre. Esperemos que el odio que transmite Cayetana cada vez que abre la boca se apague algún día.