El escritor aragonés Ramón J. Sender transformó la novela con las nuevas formas del realismo que iban a imperar en el siglo XX. Su primera ficción, Imán (1930), marcó el camino a Camus, Hemingway y otros muchos autores que practicarían variantes de un realismo existencialista, tan crudo como vivo, inspirado en la experiencia personal y en una voluntad narrativa abarcadora de su época. Gracias a Sender, la novela se desprendió del paternalismo tutelar del XIX, de aquel aire protector de Benito Pérez Galdós, de aquel manto humanitario de Dickens, incluso del naturalismo de Zola, para adoptar un nuevo realismo. En su prólogo a Siete domingos rojos, el propio Sender nos lo explicaba así: «No busco una verdad útil, social, moral o política, ni siquiera esa inofensiva verdad estética, siempre falsa y artificiosa en torno a la cual se desorientan tantos jóvenes. La única verdad que busco es la verdad humana. Voy buscándola en la voz, en las pasiones de los personajes, en el aire y la luz que les rodea. Las verdades humanas no se entienden ni se piensan, sino que se sienten».

Sender nació en Huesca, en Chalamera, en 1901. Como anarquista, fue encarcelado por actividades contra la dictadura de Primo de Rivera y combatió en la guerra civil. Su mujer, Amparo Barayón, fue fusilada en Zamora. Sender se exilió a Estados Unidos y ya no regresaría a España hasta 1974. Murió en 1982, solo, en su casa de San Diego (USA). Sus cenizas fueron esparcidas por el Pacífico.

De su obra, compuesta por ciento veinte libros, destacan, además de las ya citadas, novelas magistrales como Mister Witt en el cantón (1935), Crónica del Alba (1942-66), El rey y la reina (1947), Los cinco libros de Ariadna (1957), Réquiem por un campesino español (1960), La aventura equinoccial de Lope de Aguirre (1964), El bandido adolescente (1965) o La tesis de Nancy (1969).

Mereció ganar el Premio Nobel, pero no tuvo suficientes apoyos en España. Tampoco en Aragón, siendo, como es, y de lejos, nuestro escritor más importante y el que mejor ha descrito el ser aragonés.

Hoy, cuando se cumplen 120 años de su nacimiento, nadie lo lee. Muchos de sus libros son imposibles de encontrar. En los colegios españoles no se estudia. Tampoco en los institutos aragoneses.

¡Qué pena!