Que sí, que el teletrabajo tendrá sus ventajas –me cuenta Manuela–, ahorras tiempo en desplazamientos, evitas malos rollos y eso, pero, conciliar, lo que se dice conciliar, nada.

Habla de forma tan acelerada que apenas la entiendo. Mira, me dice, mientras te atiendo con el manos libres, escribo un informe que era para ayer, con el portátil al lado para entrar en videoconferencia y atender correos, que si una encuesta, que si una factura. Ah, y el otro móvil recibiendo wasap, vaya a ser que mi jefe tenga una emergencia.

La llamaba por si querían venirse, ella y su familia, al campo este domingo, pero me informa que le va a tocar trabajar el fin de semana.

Qué tiempo, sigue diciendo, en el que a las dos te largabas a tomar una caña con los colegas y el viernes por la tarde conseguías desconectar en un minuto. Ahora, estos aparatos no hacen más que dispararme demandas, a veces hay que descargarse no sé qué aplicación compatible con tu sistema.

Me embarullo y respondo al mail de uno en el wasap de otro. Aunque esto, claro, ya es de lo más normal. En plena reunión percibo que se me queman las lentejas, he tenido encuentros a dos idiomas con las niñas al lado preguntándome por sus deberes. Me quedo hasta las tantas y siento una culpa tremenda por no haber hecho ni la mitad de lo que debía. Así que el domingo, se van todos al parque y me dejan libre para trabajar.

La interrumpo para saber cómo se encuentra. Tras un silencio, noto que se ha puesto a llorar.

El martes estuve en urgencias –solloza–. Nada grave, ahora lo sé. Tuve que salir, no recuerdo para qué y, de repente me quedé bloqueada, no sabía en qué dirección debía ir, no perdí el conocimiento, pero mi cuerpo se dejó caer, me quedé medio tirada en la acera. Me hablaban, veía rostros de preocupación, pero era incapaz de pensar, de entender, o de explicarme. Un señor me llevó al hospital y mientras aguardaba a ser atendida, ni siquiera yo podía entender lo que me estaba pasando. Me vieron en salud mental, me miraban como a una sospechosa. Pruebas y pruebas neurológicas para decirme que todo estaba en orden. Puro agotamiento, dijeron.

¿Te acuerdas cuando decíamos que el estrés era la excusa del vago para pillarse una baja? Pues será eso. Siento que me quedo sin batería, me tiro en el sofá un par de horas y dejo que las niñas vean lo que quieran ver en la tele. Caigo en cuenta, fíjate qué tontería, de que la palabra agotamiento significa haber consumido tu última gota.