Además de «lugar donde se crían gallinas», el diccionario admite la séptima acepción de «gallinero» como «lugar donde la mucha gritería no deja que se entiendan unos con otros»; y en ese tipo de gallinero se han convertido el Congreso de los Diputados y varios parlamentos autonómicos. Obviamente son algunos diputados los que hacen posible, en no pocas ocasiones de manera harto entusiasta, semejantes guirigáis, aunque también hay ciertos presidentes, como la de la Asamblea de Madrid, que la pasada semana, en vez de moderar el debate y apaciguar a las bancadas más exaltadas, no se le ocurrió mejor idea que llamar al orden, quitarle la palabra y expulsar del pleno a una diputada que estaba preguntando por ciertas actividades, con presunto tráfico de influencias de por medio, del hermano de la presidenta de esa comunidad autónoma. La respuesta de todos los diputados, salvo los del PP, grupo al que pertenecen esas dos presidentas, fue unánime y abandonaron el pleno.

Comparsas palmeras

Con actuaciones como esa, y otras muchas a las que el personal asiste asombrado y atónito día sí y día también, algunas de sus señorías, representantes legales de todo el pueblo español o de los ciudadanos de su autonomía, se convierten en meras comparsas palmeras, sin que les importe hacer el más penoso de los ridículos.

Colocados en listas cerradas por los aparatos de todos los partidos, muchos de esos diputados tienen en su sueldo la única manera fácil y bien remunerada de ganarse la vida; por eso, son capaces de hacer lo que lo que les ordene su jefe de filas de turno, desde aplaudir con las orejas decisiones esperpénticas e intervenciones lamentables de sus portavoces, a berrear y patear como orates cuando se trata de responder a los discursos de los rivales políticos.

De otro modo no se entiende que los representantes del pueblo lleven casi dos años sin molestarse en redactar una ley sobre pandemias y grandes emergencias sanitarias, y que, sorprendentemente, el Gobierno, con el beneplácito de todos los grupos del Congreso, haya aprobado en tres días la reforma del impuesto de plusvalía municipal que tumbó el Tribunal Constitucional; o que la presidente de la Comunidad de Madrid pase con olímpico desdén de los diputados de su Asamblea y no responda a las acusaciones de negligencia y nepotismo.

Y ahí seguimos, con los de la casta a su bola, perorando de sus cosas y de sus intereses, y olvidando a la sufrida gente gracias a cuyos votos se sientan en sus escaños y con cuyos impuestos se pagan sus salarios.

*Escritor e historiador