Paso un apasionante fin de semana entre espías y escritores, hablando de Kim Philby, Garbo, Eric Ambler, o analizando las operaciones de nuestro Centro Nacional de Inteligencia, en un clima de guerra fría y debates calientes.

Este nuevo, insólito y especializado cónclave en torno al I Congreso de Literatura de Espionaje tiene lugar en el Principado de Andorra, pequeño y peculiar Estado que, por haber sido inmemorialmente sede de intrigas, tránsitos, asilos, fugas, conoce y valora el género de la novela de espías, tanto en la realidad que las inspira como en las ficciones que las divulgan.

Al margen de las polémicas políticas y fiscales, Andorra, tan cercana a nosotros como desconocida, posee una historia propia y una acendrada personalidad, todo un rico pasado entre los valles pirenaicos, entre España y Francia, entre el Vaticano (no olvidemos que su copríncipe, junto con el presidente de la República francesa, es el obispo de La Seo de Urgell) y Europa.

Sus ciudadanos autóctonos, los andorranos, en torno a 30.000, se ven duplicados por aquellos residentes habituales, muchos de ellos españoles, que han decidido vivir en Andorra La Vella o en las otras parroquias, para eludir obligaciones fiscales o por cualquier otro motivo. Al primer respecto, los andorranos no tienen el menor sentido de culpa, sintiéndose muy orgullosos de sus costumbres e instituciones, tradiciones y legislación. Como pueblo de frontera, están abiertos a la hospitalidad e integración, aunque conservan hábitos cerrados, privados, de comportamiento y poder, así como esa gran influencia que sobre la economía del país imponen las llamadas «siete familias».

Durante las intensas jornadas del Congreso comparto el escenario de los debates y las tertulias off con expertos en la historia del espionaje y la literatura de espías, Fernando Martínez Laínez, José Luis Caballero, Javier Velasco, Rafael Guerrero, Jaime Rocha, José Luis Muñoz, Claude Benet, Josep Estefanell, José Vaccaro, Pedro A. Wesiheit, o Greg Coonen… Y descubro a muy interesantes escritores andorranos, como Joaquín Abad o Belén Montero, en cuyas novelas esa Andorra más inquietante y turbulenta aflora en vibrantes tramas que, según intuyen los lectores, se parecen sospechosamente a la realidad...