Ha finalizado la cumbre de Glasgow y llega el momento de los análisis. Yo los dividiría en tres grandes apartados, según sean los destinatarios de las noticias allí generadas: dirigentes, activistas o ciudadanos de a pie.

Para los dirigentes ha sido una cumbre plácida. Nadie esperaba gran cosa y así ha sido, una cierta decepción colectiva que no impone a los países casi ninguna obligación. Cada estado seguirá haciendo lo que le parezca más oportuno, siendo conscientes de que el tiempo se acaba, pero como si nada. Los poderosos que han contaminado mucho quieren imponer a los más pobres límites, a lo que estos contestan que lo harán cuando hayan pasado tantos años contaminando como los ricos. Se crea un fondo para ayudar a esas minoraciones de contaminantes, pero es poco ambicioso y los hipotéticos receptores tratarán de recibir algo, aunque sin reducir apenas nada. Lo de siempre. Muchos gobernantes saben que en sus países las opiniones públicas entienden que actúen así.

Menos agresivos

Los activistas han sido menos agresivos que en otras ocasiones similares. Desplazarse hasta Gran Bretaña no es fácil ni barato, por lo que los más revoltosos han decidido dejarlo para mejor ocasión. Quienes han querido manifestar su opinión lo han hecho de forma razonable y dejando constancia de sus discrepancias. A los más radicales no les habrá gustado esta especie de formalidad en el tono que otros agradecemos.

Gregor

Vayamos con el ciudadano medio, posible lector de estas líneas. La ecología vende, está de moda. Todo lo que lleve una etiqueta así tiene más aceptación que otros productos. Parece claro que hay una cierta concienciación en favor de la naturaleza, del cuidado del medio ambiente, de lo sano. Lo que no resulta coherente es el discurso con la acción ya que cuando se pide a los ciudadanos que participen activamente en esa defensa, ahí tenemos un problema. Unos días antes de la cumbre de Glasgow se publicó una investigación sobre las opiniones de los españoles, de unos pocos, era una encuesta, sobre estos temas, y los titulares eran muy bonitos. Una gran mayoría estamos, nos dicen, a favor del medio ambiente, de las energías renovables, de lo ecológico. Cuando se pregunta por los sacrificios que habría que hacer, ahí ya entramos en contradicciones. Pocos estarían dispuestos a pagar más impuestos para ir frenando el consumo de combustibles fósiles. Un porcentaje pequeño estaría dispuesto a usar menos el coche en sus desplazamientos urbanos. El transporte de mercancías por ferrocarril, mucho más ecológico, es ínfimo en nuestro país. La implantación de una tasa por utilizar las autovías, que pagarían los usuarios, tiene un amplísimo rechazo.

Centrales nucleares en Francia

A todos, gobernantes, activistas y ciudadanos en general, parece haber sorprendido la decisión anunciada por el presidente francés, Emmanuel Macron, de volver a instalar centrales nucleares, de nueva construcción, en su país. En Europa hubo un potente movimiento antinuclear y fue en Alemania donde los activistas estuvieron más beligerantes, llegando a conseguir un primer acuerdo, en 2002, para poner fin a ese modo de generación de energía, y, ya en 2011, con Ángela Merkel al timón del gobierno, una decisión firme de cerrar todas las centrales. En Francia lo que ocurre con la energía nuclear es sorprendente ya que un país con potente tradición en movilizaciones antigubernamentales (revolución de 1789, la comuna en 1871, mayo de 1968, y, recientemente, los chalecos amarillos) nadie parece cuestionar la presencia de 58 reactores en todo su territorio y el anuncio de la construcción de más. En nuestro país el movimiento antinuclear también tuvo su eco y, desde 2011, con Cristina Garmendia como ministra de Ciencia e Innovación y Zapatero como presidente, parece asumido que no se va a prorrogar la vida de las centrales que hayan llegado a su fin, aunque sea posible aumentarla.

Enlazando esta noticia con el estudio al que he hecho referencia antes podríamos pedir que se hiciese una macroencuesta solicitando a los españoles su opinión, sobre las centrales nucleares y otras alternativas a las llamadas energías sucias. La pregunta no debería ser solo sí o no a lo anunciado por Macron ya que en ese caso la respuesta sería clara. Deberíamos plantear algún condicionante para hacer más creíble el sondeo, algo así como si estamos dispuestos a pagar con nuestros impuestos el coste de la desaparición de la energía nuclear.

Mi conclusión, pesimista, de todo lo que acabo de escribir, es que, desde nuestras casas, con buena calefacción y, en muchas, estupendo aire acondicionado opinamos que hay que ser ecológicos. A partir de ahí, ya es otro cantar.