No sé si la pandemia nos ha enseñado mucho. Lo más positivo en España han sido el éxito de la vacunación y la apertura de los colegios. Entre las cosas más desasosegantes -además de la pérdida de vidas humanas, que es la principal- está el caos jurídico. El Tribunal Constitucional ha señalado algunos de los graves errores que se cometieron y el presidente del gobierno no ha realizado la menor autocrítica. Tampoco los demás responsables políticos; la culpa además está bien repartida. No hay ningún indicio de que vayamos a hacerlo mejor la próxima vez. El estado de las autonomías ha sido un mecanismo para escurrir el bulto. La falta de transparencia era tan escandalosa que ha dejado de serlo: aburría. No había reuniones con un fantasmal comité de expertos que evaluara las medidas, frente a lo que dijo el presidente, y no pasa nada. Muchas medidas han sido indiscriminadas y tenían dudosa eficacia. El resultado ha sido un recorte brutal de las libertades. No solo tuvimos a todos encerrados semanas, y a los niños sin poder salir de casa, con la única razón de que simplemente se podía. Durante meses, hemos decidido que no se podía pasear solo en una calle vacía a partir de las 11 de la noche. La utilidad era más que dudosa; el recorte de la autonomía personal, insultante. Ha habido también casos de abusos de autoridad.

Ha habido ejemplos de solidaridad y un esfuerzo heroico de muchos ciudadanos. Pero también es desolador el gusto por abroncar: a quienes parecían incumplir las normas, incluyendo padres de niños autistas, a jóvenes por los botellones, a quienes salían.

Muchos políticos han cometido errores similares y han recurrido a trucos parecidos. Y hemos visto corrientes irracionales como la de los antivacunas. Pero no son menos inquietantes otras corrientes. A menudo, entre opinadores y autoridades, se ve cierta adicción a las restricciones y la imposición. Vacunar por lo civil o por lo militar, decía un presidente autonómico, mientras que un político reciclado en tertuliano lamentaba que vivamos en un Estado de derecho: mucho mejor una tiranía sanitaria, parece ser. La prohibición prima sobre la responsabilidad individual, a la manera del joven anarquista de Quién lo impide de Jonás Trueba, que dice que necesita la autoridad porque si no se pierde. Quizá algunas medidas sean inevitables, pero deberíamos reflexionar sobre el grado de control que estamos aceptando (y pidiendo) que tenga el Estado sobre nuestra vida y la de los demás.