A mediados de noviembre conocimos el decreto sobre la evaluación y la promoción en el sistema educativo con el que continúa el desarrollo normativo de la LOMLOE. En los medios de comunicación se ha visto reducido a dos puntos fundamentales: la repetición será algo excepcional y se podrá obtener el título de Bachillerato con un suspenso.

Repetir curso

A partir de estas dos ideas, la derecha política y mediática ha vuelto a agitar el tópico de que la izquierda fomenta la pereza y se aleja de una supuesta «cultura del esfuerzo», expresión absolutamente vacía de contenido (sobre todo si la pronuncian Pablo Casado o Santiago Abascal) que queda situada normalmente muy cerca de una defensa del «emprendimiento». Esta argumentación deja muy claro que para la derecha la educación y la «empleabilidad» son prácticamente lo mismo. El sistema educativo se tiene que limitar a producir trabajadores, que irán subiendo de categoría en función del nivel económico de los padres, quienes podrán, o no, pagar una educación superior cuyo acceso siempre han intentado limitar mediante tasas, reducción del presupuesto o estímulo de las universidades privadas.

En cambio, en los centros educativos se producen situaciones muy diversas, que el sistema debe tener en cuenta para que el alumnado reciba una atención individualizada e integral. Si se limita el número de repeticiones o se insiste en su excepcionalidad, podrán tratarse mejor estos casos. Porque la mayoría de los repetidores no se «sobrepone» a la repetición y la medida acaba generando cierta frustración y desarraigo, lo que repercute en la convivencia en los centros. Dicho de otra manera, o en términos productivistas, como le gusta a la derecha de este país: repetir curso no funciona. Quienes defienden la medida porque nuestro nivel es bajo, deberían saber que hay países europeos donde está prohibido (Islandia, Noruega o incluso en el Reino Unido) o donde se valoran multitud de factores (distinción entre asignaturas, circunstancias personales, media aritmética de todas ellas etc.) España está entre los países con más repetidores por una cuestión más bien técnica y cultural: lo permite la ley y los claustros de profesores piensan a veces que están siendo serios y profesionales porque se han mostrado inflexibles con determinados resultados y actitudes de su alumnado.

En cuanto al Bachillerato, el decreto plantea la titulación excepcional con una asignatura pendiente, así que, según los partidos conservadores y la mayoría de las barras de los bares, ya tenemos la puerta de la universidad abierta para que entren cada vez más ignorantes. De nuevo el argumento no se sostiene si lo comparamos con nuestros vecinos europeos. En Francia, por ejemplo, se obtiene el acceso a la universidad si se supera una media de varios exámenes y no existen las notas de corte, pero sus estudios superiores son, incluso según diversas clasificaciones internacionales, más prestigiosos que los españoles.

En definitiva, se trata de propaganda política con un trasfondo clasista. Tienen que llegar menos alumnos a las enseñanzas superiores y quienes se queden por el camino tienen que ser de origen humilde, ya que no han podido acceder a refuerzos educativos y evolucionan en un sistema público que la derecha precariza cada día más. No nos engañemos, los únicos centros superiores donde se accede en España sin nota de corte son privados y muy caros, diseñados para que, a determinadas familias, llevar a sus hijos a la universidad solo les cueste dinero. ¿Quiénes son, entonces, los niños mimados del sistema educativo? ¿Y los ignorantes?