Andamos tan necesitados de referentes que los líderes nos ocupan más que sus proyectos. El último ejemplo de esto es el de Yolanda Díaz, a punto de convertirse en otro fenómeno popular. Tiene trayectoria y las ideas claras. Solo cabe esperar que el personaje que se está empezando a labrar no acabe engullendo su gestión y que no se convierta en el recambio de la imagen mediática de la izquierda que fue Pablo Iglesias. Los fenómenos en la política funcionan bien al principio pero acaban provocando desconfianza y recelo.

Los líderes son necesarios para apuntalar un proyecto político, pero más lo son las ideas y los equipos. Todos sabemos que cualquier mediocre puede convertirse en ministro, capitán general o jefe de algo. En España, personas que aparentemente carecían de las virtudes que se le presuponen a un líder se convirtieron en protagonistas indiscutibles de su momento (José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero o Mariano Rajoy). Políticas que han sido elevadas a estadistas con sus comentarios más propios de la barra de un bar son ahora auténticas star-system que reciben ovaciones en los conciertos de los quinceañeros o en las corridas de toros allá donde se celebran. Bien lo sabe Isabel Díaz Ayuso, que además arrasa en sus elecciones y eclipsa incluso al líder de su partido. La extrema derecha en España solo ha alcanzado un protagonismo notorio en la vida política cuando ha encontrado una cabeza visible como Santiago Abascal capaz de atraer todo ese amplio caladero de votos que permanecía aletargado entre el electorado conservador. Pedro Sánchez acapara odios y amores a partes iguales, lo que le convierte en un líder incontestable que ha sido capaz de lograr que ahora lo adulen de manera sonrojante incluso en su propio partido quienes intentaron eliminarle políticamente. Es lo que tiene el poder.

Liderazgo incontestable

Cuando Marcelino Iglesias bajó del Pirineo para tomar las riendas de un partido socialista aragonés en descomposición, sus compañeros de partido lo minusvaloraban hasta la burla. Le bastaron tres años para que tuvieran que admitir aunque fuera a regañadientes un liderazgo tan incontestable que aún mantiene el récord de presidente que más ha durado en el puesto. Impensable hasta entonces en Aragón. Construir líderes parece difícil, pero se consigue por méritos propios o por falta de competencia. Sucede también en Aragón, tierra poco dada a reconocerlos, al menos hasta ahora, que todos los días se nos hace ver que no hay más líderes que Javier Lambán y Jorge Azcón.

Ahora toca Yolanda Díaz. Yolanda Díaz en las portadas, Yolanda Díaz en las teles, Yolanda Díaz en la cola del metro, Yolanda Díaz en las camisetas, Yolanda Díaz hasta en los imanes de nevera. Los encargados de construir líderes están fabricando un referente en la izquierda hasta que llegue un momento que no parezca de izquierdas. Todos recordamos la foto de Díaz, Mónica Oltra, Ada Colau, Fátima Hamed Hossai y Mónica García pero casi nadie recordamos de qué hablaron. Ese bloque feminista, plural y progresista pretende trasladarse por toda España. En Aragón hay algún intento de emular esa imagen que podría fructificar en los próximos meses dentro de ese frente amplio que busca la izquierda.

El nuevo fenómeno político y mediático de la izquierda viene avalado por su gestión en el Gobierno y un perfil menos antipático que el de su antecesor. Pero no puede equivocarse, y algunas de sus declaraciones esta semana podrían chirriar a sus compañeros, como su defensa de la transversalidad, ese concepto 'errejoniano' utilizado también por el cuatripartito aragonés y que se utiliza como antónimo recíproco del concepto de la polarización. Quien explicó muy bien qué es la transversalidad y lo que supone fue Carmen Lumbierres en este periódico el pasado viernes, en otro de sus 'triángulos' tan recomendables.

La izquierda española necesita un líder y parece que lo ha encontrado. Pero, sobre todo, necesita rearmar su discurso, no descuidar sus causas tradicionales y no perderse en debates que restan mucho y aportan poco. Díaz puede ser la persona idónea. Siempre que lo demás no la distraiga y se acabe convirtiendo en una imagen de imán de nevera.