A cuarenta y tres años de nuestra Constitución, hay que seguir atentamente una moda que se observa en redes, prólogos de libros y artículos de prensa. En ese empeño de considerar fascista toda cosa que no nos guste, se acusa de ser franquista sin querer a todo aquel que se separe un poquito de lo que ellos consideran lo fetén. Que las estructuras perviven en nuestras cabezas, oyes. Será en las suyas, porque para muchos de nosotros, que a mitad de los ochenta éramos adolescentes, Franco estaba ya entonces tan muerto y enterrado como nunca lo estará en sus pensamientos. Si queda un reducto, ellos le dan vida. El franquismo nos sonaba a señores mayores cabreados incapaces de saber, como los protas de 'Los otros', que estaban exactamente eso: muertos. No hubo otra victoria, y negarla es regalarla. Es volver a perder.

Pero ellos están aquí para explicarte quién eres. Llévale la contraria a cualquier nuevo ortodoxo sobre cualquier matiz y lo verás resucitar: «Es que eres fascista y no lo sabes». Ante esa infantilización del que no piensa como tú, al que no se le concede el beneficio de considerar su opinión y al que, por tanto, tampoco hace falta contraargumentarle, todo puente se vuela. Lo que vienen a decir estos aprendices de psicoanalistas es que el contrario, aunque él no lo quiera, es franquista 'padentro'. No es que sea mala persona a posta, es que el angelico no lo puede evitar. Y lo dicen porque ellos lo valen, como las de 'Loreal', para cerrar discusiones. En el colmo de la soberbia solapada, autores he visto que animan a examinar ese 'padentro' como los curas de antes invitaban a reflexionar sobre tus muchas faltas antes de comulgar. Todo menos aceptar en sus cabezas, esas sí, auténticamente franquistas, que cuando niegas la consciencia del otro ni acuerdo ni desacuerdo tienen ya ningún valor.