EL PERIÓDICO ha viajado hasta el canal de la Mancha, en concreto a Calais, la frontera británica en territorio francés. Es el escenario de una nueva crisis humanitaria en el corazón de Europa, con el telón de fondo de la tragedia que se produjo el pasado 24 de noviembre cuando al menos 27 personas murieron al intentar cruzar el canal para llegar a Inglaterra en lancha neumática. Desde entonces, los gobiernos de Londres y de París se han cruzado cartas –incluido un tuit de Boris Johnson– en las que eluden sus responsabilidades y se acusan mutuamente de la mala gestión de la crisis.

Detrás del infierno migratorio de Calais emerge una subasta entre los discursos populistas en auge a ambas orillas de la Mancha. En Gran Bretaña, la huida hacia delante del primer ministro conservador, iniciada con el Brexit, se ha visto salpicada de escándalos a repetición. El último de ellos, la revelación de que Johnson organizó fiestas a puerta cerrada en su residencia de Downing Street en plena pandemia, en diciembre del 2020, cuando pedía a sus conciudadanos que renunciaran a las reuniones familiares.

En Francia, el presidente Macron intenta contrarrestar las críticas que esta crisis migratoria desata a su derecha, en particular por la emergencia de Éric Zemmour, un tertuliano reconvertido en candidato a las presidenciales de la primavera del próximo año, con un discurso en el que combina las denuncias contra la inmigración y la inacción de las élites. El populismo de Zemmour contamina la precampaña: el sábado, en segunda vuelta, Los Republicanos –herederos del neogaullismo– eligieron a una candidata moderada, Valérie Pécresse, frente a Éric Ciotti, aspirante ultraconservador y amigo de Zemmour. El domingo en Villepinte –periferia norte de París– Zemmour reunió a unas 11.000 personas en un mitin de alto voltaje mediático, en el que arremetió contra «lo políticamente correcto, las amenazas de la extrema izquierda y el odio de los medios de comunicación». Este es el contexto donde hay que situar los desencuentros diplomáticos entre París y Londres que la crisis migratoria ha exacerbado. No estamos frente al discurso clásico de la extrema derecha, que encarna en Francia Marine Le Pen, o que en el Reino Unido lideró el UKIP de Nigel Farage, sino ante un nacionalpopulismo de nuevo cuño.

Este es el caso de Boris Johnson, formado en Oxford, y de Éric Zemmour, que pasó por Sciences Po –la emblemática escuela de Ciencias Políticas de París– y se forjó como cronista en el diario 'Le Figaro'. Ambos son populistas, pero populistas ilustrados que contaminan la política tradicional de sus respectivos países y sitúan los temas de su particular agenda en el centro del debate: la emigración como chivo expiatorio de todos los males, el repliegue identitario y la ruptura del proyecto de construcción europea.

Este clima dificulta encauzar la tragedia de Calais: la irresponsabilidad política de Johnson y los cálculos electorales de Macron que, a cuatro meses de las presidenciales, debe cubrir su flanco derecho. Son aleccionadoras las palabras del papa Francisco, al término de su periplo por Chipre y Grecia, en las que exclamaba: «Detengamos este naufragio de la civilización». Sí, como recordó el Papa, los líderes europeos no están en la primera línea de acogida. Y el populismo sigue contaminando la política europea.