El mismo día que entró en vigor en España la ley antitabaco que prohibía fumar en todos los espacios cerrados, en una pancarta sobre tela de sábana, en el balcón de una vivienda de Zaragoza se leía: «En mi casa se fuma por mis cojones». El vecino mostraba así su rebeldía a una medida muy contestada por los fumadores y muy aplaudida por los que estaban en contra de serlo de forma pasiva. La norma, obra y gracia primero de la ministra socialista Elena Salgado y endurecida después por su compañera Leire Pajín, tenía por objetivos la deshabituación del tabaco, tratar de erradicarlo a medio y largo plazo y proteger la salud de los ciudadanos. Una pretensión muy loable si, como se buscaba, se hubieran cumplido las expectativas. Los expertos en tabaquismo consideran que no se ha avanzado lo esperado y menos entre los jóvenes, que se han subido al carro del cigarrillo electrónico, revestido de producto menos dañino y más chic y cuyas consecuencias para la salud no están lo suficientemente calibradas todavía. Por eso han exigido una vuelta de tuerca más, que debía haberse hecho efectiva en 2020.

Es evidente que el Gobierno y las autoridades sanitarias han tenido desde el año pasado otras prioridades, aunque parece que no se han olvidado de las tareas pendientes. Las restricciones de la pandemia ya han hecho una buena labor de zapa con la prohibición de fumar en las terrazas y el mensaje subliminal de que venía para quedarse. Y a un mes de empezar el año marcado en rojo, han lanzado sus globos sonda y han subido a la mesa de debate la posibilidad de que la nueva norma antifumarreo incluya el veto también dentro de los vehículos privados.

Esto se veía venir o no les llamó la atención cuando los fabricantes de automóviles empezaron a sacar coches sin encendedor y sin cenicero. Pero igual se les está yendo un poco la mano. Hace falta ser muy burro para compartir vehículo con gente que no fuma y encender un puro. Por pura educación. Pero aun siendo maleducado, no deja de tratarse de un vehículo privado donde el propietario, como el dueño de un bar, tiene derecho de admisión. Y los viajeros el de no subirse. Escudarse en que es una causa de distracción al volante me parece simple. Puede serlo sí, pero no más que la entrada de una avispa o la propia mente del chófer. ¿O es que no han circulado nunca en modo conducción automática aunque sea por unos segundos?

Cuando en Estados Unidos prohibieron fumar en los espacios cerrados, leí que en Nueva York, los trabajadores de oficinas se habían socializado más al compartir un cigarrillo y un café en la calle. Lo consideré hasta saludable, teniendo en cuenta el individualismo imperante en esa ciudad. Cuando rodearon de líneas amarillas los edificios públicos para marcar el espacio libre de humos me pareció llamativo, pero cuando empezaron a vetar el tabaco incluso en el interior de las viviendas de determinados edificios, pensé que ese pacatismo americano no sería exportable a Europa.

Tengo dudas legales sobre esta intromisión en el espacio privado. Pero en el supuesto de que acaben por implantarlo, tienen trabajo los legisladores para mejorar la salud de esta sociedad. ¿Para cuándo una norma que no permita el acceso al transporte público a viajeros cuya ropa huela a fritanga o a sudor rancio? ¿Y otra para que vuelvan el «por favor» y el «gracias»? ¿Y si se obliga a sacar a los perros con pañales?... Estoy como loca buscando tela de sábana para hacer mi propia pancarta. Fumando espero.